miércoles, 8 de noviembre de 2017

Ferdydurke, Witold Gombrowicz



Aunque muchos consideran Ferdydurke (1937) una obra maestra, parece responsable advertir al potencial lector que una obra tan inclasificable como poco convencional supone una lectura exigente. Gombrowicz fundamentó la historia en el absurdo y esto no es baladí para el que se enfrenta a una novela que requiere dejar los prejuicios a un lado y disfrutar del retorcimiento de la realidad como eje de una reflexión sobre la madurez, la forma y el arte. Una composición muy personal que resulta hilarante, pero dirigida a un público reducido.

La obra versa sobre un hombre de unos treinta años —el inconsistente Kowalski— aquejado de una falta madurez incorregible. Por deseo de un antiguo profesor regresa en contra de su voluntad a una escuela en la que se disputa a mueca viva –tal cual— una lucha sobre la madurez entre los jóvenes alumnos. Una escuela de esas en las que parece que no sucede nada y en donde nadie parece percatarse de la inapropiada edad del protagonista. Acaba alojado en una casa en la que se enamora de la joven hija de los dueños que lo desprecia y con la que mantiene un duelo peculiar. Luego huirá con un compañero de clase al campo, encontrará a unas tías suyas y ya en la enorme casa familiar comenzará una particular lucha de clases. Este es un resumen del hilo narrativo que deja entrever situaciones surrealistas y momentos imposibles acompañados por un lenguaje complejo cuya traducción del polaco fue ímproba. En más de una ocasión el lector enarcará las cejas, pero este ejercicio literario propio de una tendencia artística vanguardista permite algo así como la digresión del arte. Que nadie espere encontrar una novela clásica. Ferdydurke es un viaje, una montaña rusa y el lector ha de estar preparado para vaivenes y saltos. Quizá lo más destacable sea ese humor que muchas veces camina —casi siempre, la verdad— junto a lo grotesco.

De Witold Gombrowicz poco puedo decir. Recomendaría la lectura de alguna reseña biográfica del escritor. Un polaco que de viaje a Argentina vivió la invasión alemana de su país. Ya no regresó y no se movió de allí durante varias décadas.  Poco a poco el escritor polaco atrajo la atención de otros creadores. Tanto es así que Sábato escribió el prólogo de una edición de la novela o el cubano Virgilio Piñeira colaboró en la traducción de la obra. Un tipo peculiar que por lo visto se encerraba en el baño de su trabajo para escribir. Un escritor lo suficientemente libre como para idear Ferdydurke, obra densa y compleja que no creo que contente a muchos, pero que sin duda representa una prueba de honestidad literaria. Un proyecto personal no sujeto a normas ni estilos.

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