Aunque muchos consideran Ferdydurke (1937) una obra maestra, parece
responsable advertir al potencial lector que una obra tan inclasificable como
poco convencional supone una lectura exigente. Gombrowicz fundamentó la
historia en el absurdo y esto no es baladí para el que se enfrenta a una novela
que requiere dejar los prejuicios a un lado y disfrutar del retorcimiento de la
realidad como eje de una reflexión sobre la madurez, la forma y el arte. Una
composición muy personal que resulta hilarante, pero dirigida a un público
reducido.
La obra versa sobre un hombre de
unos treinta años —el inconsistente Kowalski— aquejado de una falta madurez
incorregible. Por deseo de un antiguo profesor regresa en contra de su voluntad
a una escuela en la que se disputa a mueca viva –tal cual— una lucha sobre la
madurez entre los jóvenes alumnos. Una escuela de esas en las que parece que no
sucede nada y en donde nadie parece percatarse de la inapropiada edad del
protagonista. Acaba alojado en una casa en la que se enamora de la joven hija
de los dueños que lo desprecia y con la que mantiene un duelo peculiar. Luego
huirá con un compañero de clase al campo, encontrará a unas tías suyas y ya en
la enorme casa familiar comenzará una particular lucha de clases. Este es un
resumen del hilo narrativo que deja entrever situaciones surrealistas y
momentos imposibles acompañados por un lenguaje complejo cuya traducción del
polaco fue ímproba. En más de una ocasión el lector enarcará las cejas, pero
este ejercicio literario propio de una tendencia artística vanguardista permite
algo así como la digresión del arte. Que nadie espere encontrar una novela
clásica. Ferdydurke es un viaje, una
montaña rusa y el lector ha de estar preparado para vaivenes y saltos. Quizá lo
más destacable sea ese humor que muchas veces camina —casi siempre, la verdad—
junto a lo grotesco.
De Witold Gombrowicz poco puedo
decir. Recomendaría la lectura de alguna reseña biográfica del escritor. Un
polaco que de viaje a Argentina vivió la invasión alemana de su país. Ya no
regresó y no se movió de allí durante varias décadas. Poco a poco el escritor polaco atrajo la
atención de otros creadores. Tanto es así que Sábato escribió el prólogo de una
edición de la novela o el cubano Virgilio Piñeira colaboró en la traducción de
la obra. Un tipo peculiar que por lo visto se encerraba en el baño de su
trabajo para escribir. Un escritor lo suficientemente libre como para idear Ferdydurke, obra densa y compleja que no
creo que contente a muchos, pero que sin duda representa una prueba de
honestidad literaria. Un proyecto personal no sujeto a normas ni estilos.
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