De vez en cuando es inevitable, por cualquier motivo y sin poder
presentar una excusa plausible, caer en las tupidas redes de la novela negra.
Sin darte cuenta acabas frente a un grueso volumen siguiendo las indagaciones
de un policía de métodos poco ortodoxos que se esfuerza por descifrar un
truculento crimen. No hay duda de que el asesinato siempre se ha antojado una
mina de oro y la novela negra se sirve de este filón para, con los matices
propios del género, atrapar al lector. La intriga y la expectativa por resolver
el rompecabezas son como la miel para las moscas. Si el protagonista tiene
chicha, la trama no es muy descabellada y los cabos que quedan sueltos acaban
atándose sin forzar demasiado, el libro suele funcionar.