Nada más comenzar Ojos
azules se cuenta que la protagonista quedó embarazada de su padre. Este
hecho, que no saldrá a relucir de nuevo hasta el tramo final del libro, parece
un aviso al lector para que se prepare ante un tema de difícil digestión y se
olvide de giros y vuelcos en la trama. La autora asesta un golpe nada más
empezar, pero lo más importante, el camino hasta llegar a ese punto, todavía permanece
inexplorado. Desde esas primeras páginas se presenta una obra de estructura
compleja que narra la desdicha de una niña llamada Pecola, pero que además
traza un cuadro de la realidad social negra de los años cuarenta en Estados
Unidos que muestra el agrietamiento que produce una marginalidad entonces
inevitable. Una marginalidad no solo racial sino también manifestada en la
diferencia entre hombres y mujeres, niños y adultos, y en la gradual entre ricos,
menos ricos, pobres y muy pobres. En el extremo de esta cadena se sitúa Pecola,
una niña negra pobre perteneciente a una familia desestructurada y que además,
para más inri, es fea. Esto último no es superficial porque acentuará todavía
más su aislamiento. No es de extrañar que en su inocencia lo único que desee de
este mundo sea tener un par de ojos azules.