Los relatos
del eterno perdedor habitante de pensiones que aparta los mosquitos del vino de
un manotazo y discute a voz en cuello con su compañera borracha. Un mundo parco
en el que la escritura no es un medio de vida, sino una vida en sí misma para
la que no se necesita aire, luz, tiempo y espacio. Historias de peleas, apuestas
en el hipódromo, resacas, follar y escribir. Escribir como si un gato te
recorriera la espalda, las uñas clavadas en la piel mientras los dedos pulsan enloquecidos.
Realismo sucio, pero más allá de etiquetas, textos cargados de acidez,
decadencia, humor y una libertad de hacer lo que uno quiere, sin mucho tiempo para
la disculpa, poco para la queja y mucho para la crítica. Un deseo irrefrenable
que choca con la prudencia. Un poso amargo y una invitación a la lucha
hasta el último aliento. Bukowski, el imán de los incomprendidos, la falta de
talento convertida en puro magnetismo con un breve poema o un relato. Escenas de bares, de antros, lejos de
las residencias de verano de Cheever, pero con el alcohol y el
fracaso como común hilo conductor. Un autor que solo narra por la necesidad de contar.