lunes, 10 de julio de 2017

El mal de Montano, Enrique Vila Matas





Una mañana de sábado desperté algo aturdido porque no era capaz de articular palabra. Solo emitía sonidos onomatopéyicos que la persona que compartía conmigo ese temprano momento identificaba con afirmaciones, negaciones o exclamaciones. Inmediatamente asocié esta anomalía con un ataque de ficción causado probablemente por una transfiguración literaria de mi personalidad. Como soy una persona de entidad débil que niega constantemente el mundo supongo que deseaba transformarme en un personaje literario. Quizá mi esperanza era la de convertirme en un ser distinto para reinventarme en un individuo que afrontara la vida real, aquella que se antoja tan complicada, de un modo novedoso. Quizá deseaba romper el aburrimiento o directamente mis nervios se habían desmenuzado. El ataque apenas duró un par de horas y, salvo esa persona que soportaba mi despertar, nadie se percató de la imposibilidad de pronunciar palabras en aquella soleada y tibia mañana de sábado. Lo más llamativo fue que a la gente que coincidió conmigo en ese ataque de ficción no le supuso ningún problema que solo pudiera decir cosas como mmm a sus afirmaciones o preguntas. Si cuento esto es porque la literatura tiene ramificaciones que llegan más allá de lo imaginable. Si se parte de esa contradicción que dice que la literatura representa la propia vida pero que es ajena a ella, todo puede ocurrir. Tanto en el relato como fuera de él. Creo que al protagonista de El mal de Montano le sucede algo similar con las ramificaciones de la literatura. Padece inicialmente esa enfermedad por la cual todo lo relaciona con la literario y posteriormente se erige como un acérrimo defensor de la literatura frente a todos aquellos que quieren destruirla, entre los que probablemente me encuentre yo con estas reseñas que realmente solo buscan hacer de recordatorio de mis lecturas y que no sé si alguna vez habrán conseguido su propósito.