domingo, 13 de noviembre de 2016

Un puente sobre el Drina, Ivo Andric



La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia. 

Esta cita de Enrique Vila-Matas rescatada del libro Bartleby y compañía me parece apropiada para Un puente sobre el Drina. Una novela escrita en 1945 con una estructura convencional y una forma que en ocasiones se antoja algo anticuada, pero que resulta relevante por el testimonio que aporta acerca de la tensa y violenta convivencia entre pueblos en la controvertida región de los Balcanes. En concreto, la novela narra el devenir del pueblo bosnio de Vichegrado desde la construcción del puente a finales del siglo XVI hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Un puente construido por los otomanos en una zona que con el paso del tiempo pasaría a formar parte del imperio austro-húngaro. Una transición desde el mundo musulmán hasta el cristiano en una localidad en la que conviven todas las religiones posibles con las implicaciones que conlleva.

Con el puente como eje se construyen multitud de historias y anécdotas de turcos, serbios, judíos, austriacos o cualquiera que pisa esas convulsas tierras. No hay trama, sino una sucesión de escenas muchas de ellas de corte costumbrista. Una bella mujer obligada a casarse por conveniencia con un desconocido, el encargado de cazar a los saboteadores de la construcción del puente, un borracho de pueblo que camina sobre el parapeto helado del puente, la dueña judía de un hotel que ve como se pasa del esplendor y la riqueza a los obuses. Historias que cambian según el tiempo y el imperio dominante, algunas magníficas, otras algo menos vivas, para formar un heterogéneo conjunto en el que el lector siempre tiene la sensación de transitar un lugar fronterizo. Andric consigue mostrar ese abigarrado mosaico de culturas y la sensación de que el paso del tiempo, con el desarrollo y los cambios inevitables, se desvanece el pasado como si fuera humo. Las partes más interesantes de la novela son la primera, con la construcción del puente, y la última con la llegada de la guerra porque ciertamente la parte central baja el nivel en ocasiones.

De las historias remarcaría una de ellas justo al final del libro. Un serbio, un hombre que ha vivido siempre de acuerdo a la honradez. Ha hecho todo lo que se suponía que debía hacer: trabajar duro, respetar a los demás, ser un hombre devoto. Ha logrado cierto éxito en la comunidad. Un día reflexiona sobre todo ello en una cabaña custodiada por dos soldados que vigilan que no salga de ella porque este hombre, un notable de Vichegrado, ha sido tomado como rehén y actúa de escudo humano para disuadir a sus compatriotas serbios de que no bombardeen la zona. En cualquier momento puede saltar por los aires. Toda su vida vivida de acuerdo a la ley para acabar humillado y castigado.

El valor de Un puente sobre el Drina como testimonio es innegable y resulta interesante para cualquiera que quiera ampliar su conocimiento sobre los Balcanes. No es una novela que explique la historia de aquella región —para comprender este avispero es mejor recurrir a documentos históricos—, pero sí que contribuye a trazar los rasgos de la peliaguda convivencia. Literariamente es la obra cumbre de Ivo Andric, que ganó el Nobel en 1961, pero en mi opinión ha perdido algo de color con el paso del tiempo. Hay algunas partes brillantes pero también escenas que son como circunloquios de duración aleatoria. Prima la parte humana de aquellos que quieren vivir, que se rebelan, que asienten y que cambian de manos y de dueños aunque el puente construido con indeleble piedra blanca permanezca siempre sobre el río.

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