La escritora
belga Amélie Nothomb nació en Japón y pasó la primera parte de su infancia en
ese país. Como una especie de intento por rememorar ese periodo y aprovechando
su dominio del japonés, decidió emprender su carrera profesional tras los
estudios superiores en una empresa en Tokio. La experiencia no se desarrolló
como pensaba ya que a pesar de empezar con mucha energía pronto colisionó con
un sistema laboral rocoso y ajeno. Seguro que nunca pensó el primer día que pisó
la oficina que acabaría realizando tareas residuales —nunca mejor
dicho por lo que se cuenta en el libro— y absurdas, por lo que al cabo de un año abandonó el puesto. Sin
embargo, esta experiencia tan decepcionante debió activar algún resorte en la
escritora porque desde entonces, allá por el año 1992, comenzó a escribir novelas
y no ha dejado de publicar.
Estupor y temblores no fue la primera novela de Nothomb. Transcurrieron varios años hasta que decidió escribir sobre aquella vivencia y compuso este texto de carácter autobiográfico no muy cercano a la novela aunque ganará el Grand Prix du Roman de la Academia Francesa, dedicado precisamente a este género. El texto presenta la estructura de trabajo de una compañía japonesa jerarquizada al máximo con una sumisión total hacia el superior. Cualquier disparate es más comprensible que la desobediencia a un sistema arraigado al máximo. En esa estructura la protagonista entra con mal pie. Posee iniciativa propia, capacidad de réplica y además quiere ser útil desde el primer día de trabajo. Estas cualidades le servirán de poco y de manera paulatina, Nothomb se verá desplazada una y otra vez hacia tareas tan lacerantes como inútiles. Un desprecio a la inteligencia y a la propia individualidad que parece ser el precio a pagar para medrar en un sistema laboral en el que la empresa lo es todo. Todo esto puede resultar más o menos familiar al lector. Huelgas a la japonesa, jornadas de trabajo larguísimas, vacaciones exiguas. Sin embargo, el testimonio en primera persona como experiencia propia resulta siempre más vívido. La autora simplemente cuenta lo que sucedió. A veces parece un Lazarillo poniendo de relieve sus desventuras. De todos los personajes que aparecen la relación con más fuerza es la que establece con su jefa inmediata, Fubuki, por la que siente una atracción irresistible y que poco a poco se transformará en su némesis en la empresa. La relación con el resto de los jefes es totalmente desquiciante.
Como ya he
comentado, no calificaría a Estupor y
temblores como una novela. Me parece más bien un texto autobiográfico
interesante que muestra una situación laboral desesperante y un marcado contraste entre oriente y
occidente que resulta atractivo. Nothomb ha declarado que
no es muy apreciada en Japón porque es considerada antijaponesa. Estoy
convencido de que es una amante de ese país, su cultura y sus gentes, pero es
cierto que hay ciertos apuntes en el libro que presentan una sociedad marmórea. Por tanto, no es de extrañar que alguien se pueda sentir ofendido.
Lo mejor del texto es que se presenta como algo cercano. Nohotmb solo se mueve
en la planta del edificio donde trabaja, no muestra la vida ni siquiera las reflexiones
más allá de las paredes de ese edificio. De este modo permite centrar la
historia en un texto corto, rápido de leer. Podía haber construido una historia
más enrevesada y sesuda pero va al grano y cuenta su evolución en ese año
que sin duda debió resultar complicado. Porque la degeneración que sufrió es
probable que le sirviera para reinventarse, pero lo padecido ahí queda. En
definitiva, Estupor y temblores es una
obra muy digerible que seguro puede servir a aquellos que en su trabajo sufren
ciertas dosis de absurdo a empatizar con la protagonista y que además resulta un acercamiento interesante a Japón.
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