Nada más comenzar Ojos
azules se cuenta que la protagonista quedó embarazada de su padre. Este
hecho, que no saldrá a relucir de nuevo hasta el tramo final del libro, parece
un aviso al lector para que se prepare ante un tema de difícil digestión y se
olvide de giros y vuelcos en la trama. La autora asesta un golpe nada más
empezar, pero lo más importante, el camino hasta llegar a ese punto, todavía permanece
inexplorado. Desde esas primeras páginas se presenta una obra de estructura
compleja que narra la desdicha de una niña llamada Pecola, pero que además
traza un cuadro de la realidad social negra de los años cuarenta en Estados
Unidos que muestra el agrietamiento que produce una marginalidad entonces
inevitable. Una marginalidad no solo racial sino también manifestada en la
diferencia entre hombres y mujeres, niños y adultos, y en la gradual entre ricos,
menos ricos, pobres y muy pobres. En el extremo de esta cadena se sitúa Pecola,
una niña negra pobre perteneciente a una familia desestructurada y que además,
para más inri, es fea. Esto último no es superficial porque acentuará todavía
más su aislamiento. No es de extrañar que en su inocencia lo único que desee de
este mundo sea tener un par de ojos azules.
La novela centrada en Pecola está contada de modo fragmentado
a través de varios personajes. El principal es Claudia, una niña con la que Pecola
debe vivir ocasionalmente cuando su familia ha de abandonar su hogar, pero no
es el único. Morrison, por ejemplo, puede contar la vida de una madre que
sobreprotege a su hijo para al final mostrar un breve encontronazo de este
último con Pecola. Historias lejanas y periféricas que confluyen hacia el hilo
principal. De esta manera narra la historia de la niña pero también expone los
pensamientos y acciones de distintos miembros de la comunidad. El lector
observa la vileza de un entramado social irremediablemente injusto en el que cualquier
ilusión perece. El episodio en el que se narra la vida de la madre de Pecola resulta
conmovedor. Una mujer que en el presente parece condenada y sin esperanzas pero
que también sabía sonreír y soñar como cualquier mortal, que conoció el amor y
la esperanza. Luego poco a poco todo se tuerce.
La historia no presenta una maldad extrema, ni siquiera en el
mencionado abuso del padre a Pecola. Son muescas que hacen mella en las
personas. Luego queda indiferencia, desidia, desprecio hacia el considerado
inferior. La forma en la que Morrison cuenta la historia, con distintos modos
de narración, intercalando incisos entre párrafos a modo de letanía o
efectuando saltos temporales, puede desconcertar pero aporta mucho. Hay algunos
recursos dudosos, pero la escritora se aplicó con esmero. Con posterioridad Morrison
ha dudado en el planteamiento de la historia, pero eso ya no importa. Esa
manera periférica de contar deriva en un todo completo que abarca tanto a la
protagonista como al cuadro que la autora dibuja. Una novela exigente y bien
conseguida, breve pero intensa, en la que el deseo de unos ojos azules explica
un mundo tan complejo como desequilibrado.
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