lunes, 21 de septiembre de 2015

Ojos azules, Toni Morrison




Nada más comenzar Ojos azules se cuenta que la protagonista quedó embarazada de su padre. Este hecho, que no saldrá a relucir de nuevo hasta el tramo final del libro, parece un aviso al lector para que se prepare ante un tema de difícil digestión y se olvide de giros y vuelcos en la trama. La autora asesta un golpe nada más empezar, pero lo más importante, el camino hasta llegar a ese punto, todavía permanece inexplorado. Desde esas primeras páginas se presenta una obra de estructura compleja que narra la desdicha de una niña llamada Pecola, pero que además traza un cuadro de la realidad social negra de los años cuarenta en Estados Unidos que muestra el agrietamiento que produce una marginalidad entonces inevitable. Una marginalidad no solo racial sino también manifestada en la diferencia entre hombres y mujeres, niños y adultos, y en la gradual entre ricos, menos ricos, pobres y muy pobres. En el extremo de esta cadena se sitúa Pecola, una niña negra pobre perteneciente a una familia desestructurada y que además, para más inri, es fea. Esto último no es superficial porque acentuará todavía más su aislamiento. No es de extrañar que en su inocencia lo único que desee de este mundo sea tener un par de ojos azules.

La novela centrada en Pecola está contada de modo fragmentado a través de varios personajes. El principal es Claudia, una niña con la que Pecola debe vivir ocasionalmente cuando su familia ha de abandonar su hogar, pero no es el único. Morrison, por ejemplo, puede contar la vida de una madre que sobreprotege a su hijo para al final mostrar un breve encontronazo de este último con Pecola. Historias lejanas y periféricas que confluyen hacia el hilo principal. De esta manera narra la historia de la niña pero también expone los pensamientos y acciones de distintos miembros de la comunidad. El lector observa la vileza de un entramado social irremediablemente injusto en el que cualquier ilusión perece. El episodio en el que se narra la vida de la madre de Pecola resulta conmovedor. Una mujer que en el presente parece condenada y sin esperanzas pero que también sabía sonreír y soñar como cualquier mortal, que conoció el amor y la esperanza. Luego poco a poco todo se tuerce.
La historia no presenta una maldad extrema, ni siquiera en el mencionado abuso del padre a Pecola. Son muescas que hacen mella en las personas. Luego queda indiferencia, desidia, desprecio hacia el considerado inferior. La forma en la que Morrison cuenta la historia, con distintos modos de narración, intercalando incisos entre párrafos a modo de letanía o efectuando saltos temporales, puede desconcertar pero aporta mucho. Hay algunos recursos dudosos, pero la escritora se aplicó con esmero. Con posterioridad Morrison ha dudado en el planteamiento de la historia, pero eso ya no importa. Esa manera periférica de contar deriva en un todo completo que abarca tanto a la protagonista como al cuadro que la autora dibuja. Una novela exigente y bien conseguida, breve pero intensa, en la que el deseo de unos ojos azules explica un mundo tan complejo como desequilibrado.



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