martes, 16 de junio de 2015

El día del Watusi, Francisco Casavella




Las mil hojas de El día del Watusi no son un asunto cualquiera. Cuando un lector se enfrenta a un volumen de semejante grosor implora que la obra merezca la pena. No empiezas un libro así sin sopesar el futuro a medio plazo. Algunos, tras leer unas decenas de páginas, huyen despavoridos ante la perspectiva de permanecer encadenados durante semanas e incluso meses a un libro que no les dice mucho. Comento esto porque comencé la novela con ciertas expectativas, pero a medida que avanzaba pensé en dejarla aparcada. Al final la he terminado más por el impulso de lo que llevaba leido que por una buena razón que despejara las dudas.

Desde hacía años quería leer esta obra que en su momento se publicó por entregas en tres partes (Los juegos feroces, Viento y joyas y El idioma imposible). La curiosidad por leer algo de Francisco Casavella, fallecido de manera repentina en el 2008 con tan solo 45 años, me dirigía hacia el Watusi. Tras la lectura he de decir que, como escritor, Casavella maneja el lenguaje a su antojo y se aprecia un talento natural a la hora de hacer fluir las palabras. Sin embargo, la conjunción de esa capacidad con la posibilidad de dar armonía a una historia es fallida. Parece como el guitarra solista que se enfrasca en un solo tan imposible como interminable para mostrar solo puro artificio.

En la novela, Fernando Atienza recibe el misterioso encargo de escribir un informe sobre un personaje llamado Neyra. No se sabe muy bien la relación que guarda con él ni las intenciones del que encarga el informe. El protagonista aprovecha la ocasión para escribir un relato en primera persona dirigido a ese futuro lector del informe en el que contará los hechos más relevantes de su vida, empezando por todo lo que rodeó aquel 15 de agosto de 1971 en el que tuvo lugar un acontecimiento que marcó su vida: el día del Watusi. El primer volumen narra las peripecias de ese día de un preadolescente Fernando junto con un gitano cojo llamado Pepito el Yeyé a través de las calles de una Barcelona decadente y artera después de un asesinato y con más desgracias en gestación. El deambular de este par de chavales propicia que la acción domine una primera parte con cierta frescura y mucho humor. Si en la vida de Fernando Atienza el día del Watusi marcó su destino, en la novela pasa algo parecido porque aglutina lo mejor de la obra. Los otros dos tercios son como una huida hacia delante en un periodo que abarca veinte años. Avanzan hacia la artificiosidad, lo ampuloso del lenguaje. Las historias penden de un hilo, nada está claro, el protagonista es difuso y el ambiente de bajos fondos no es suficiente para captar la atención. El autor desparrama en muchas ocasiones  con una tendencia incontenible a la digresión sin que esta aporte mucho. Cuando acabé la novela pensé que quizá Casavella podía haber escrito doscientas hojas más como doscientas menos. Solamente cuando los personajes recorren las calles, hablan sin que se intercalen muchos circunloquios y los lugares adquieren ese tono real de una ciudad con tantas aristas como la Barcelona que presenta el autor, el motor se mueve. Pero se mueve poco.

Casavella es un escritor de aliento largo, es decir, no duda en emplear frases extensas que carga con un exceso de adjetivación muy abstracta. En ocasiones me he detenido a releer algunas frases, perfectamente construidas, con adjetivos rebuscados e incluso con una sonoridad implacable, pero que no transmitían nada o, en todo caso, lo mismo que la frase anterior o la siguiente. Las digresiones son repetitivas, siempre conducen a la farsa, al humo en burdeles, a la mentira y el engaño de una sociedad absurda y abusiva, pero se repiten tanto a lo largo de centenares de páginas que pierden todo su efecto. Casavella intenta asestar golpes continuos y variados, pero no consigue mucho impacto. Solamente remueve algo cuando el cinismo se mezcla con cierto humor. Parte ese humor y algo de magnetismo en la historia y los personajes me empujaron a acabar, pero no ha evitado que el regusto sea amargo. En mi opinión, el lenguaje es parte de una novela y debe estar en mayor o menor porcentaje apoyando a la narración, la trama o los personajes. Un elemento fundamental que no puede ser el único protagonista. El día del Watusi no acaba de funcionar y languidece paulatinamente hasta perder el sentido como le sucede a veces a Fernando Atienza, perdido en su laberinto.


2 comentarios:

  1. el último fragmento29 de abril de 2019, 17:57

    Para escribir esto, mejor que la hubieras dejado.

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