Becas flacas es un libro sobre las ridículas costumbres y
rocambolescos personajes que deambulan por un anticuado colegio de Cambridge,
una obra que rezuma humor desde la primera página y que plantea escenas
desternillantes que acogerán con gusto los amantes de la sátira.
La historia parte de la intención
de una viuda de querer resolver el supuesto asesinato de su marido, antiguo
rector de Porterhouse, el colegio de Cambridge en el que se desarrolla la obra.
Este comienzo podría recordar a una novela de Agatha Christie, pero nada más
lejos de la realidad porque enseguida toma derroteros bien distintos.
¿Quién mató al antiguo Rector? ¿Quién sucederá al actual? ¿Conseguirá el
colegio el dinero suficiente para subsistir? Estas son algunas de las preguntas
planteadas que la trama desgranará poco a poco. Sin embargo, la trama es
secundaria y la respuesta a estas cuestiones no es del todo trascendente. El interés de la obra es el humor que destilan las escenas y los
personajes que pueblan la novela —cada cual más peculiar, sobre todo los dirigentes del colegio—. La trama está al servicio del absurdo y no hay un
protagonista claro. Si acaso hay uno este sea el propio Porterhouse, un colegio
que es una ruina cadvérica cuya oposición al cambio y tendencia a la involución queda plasmada en una serie costumbres carentes de sentido. Sharpe
aprovecha ese mundo universitario decadente para brindar una historia entretenida que provoca la risa en más de una ocasión.
La estructura del libro en
episodios fragmentados que saltan de un personaje a otro permiten entrelazar
escenas paralelas con agilidad. Los personajes están definidos por sus
actos y desvaríos, pero también hay algunos que destacan por su extravagante
aspecto. Esto permite que la obra tenga color y viveza. Me quedó con Skullion,
el actual rector, ese anciano en silla de ruedas amante de la cerveza que vacía
la orina que recoge su sonda en cualquier lugar de los jardines del colegio y
con el Praelector, un hombre inteligente y avispado, que cobra importancia a
medida que avanzan las páginas. Pero no son los únicos. No leer esta novela es perderse a Madame Ma’Ndangas,
al inefable Purefoy Osbert y a otros elementos como el desquiciado Kannabis o
el peculiar futuro mecenas del colegio con su peluquín y sus gafas de sol.
Prefiero no comentar mucho más de
la novela de Sharpe. Me remito al primer párrafo y la recomiendo porque siendo
una novela sencilla consigue una sátira bien elaborada. En fin, que cualquiera
que haya estado o no en Cambridge tiene una buena oportunidad para pasear y contemplar con humor un singular mosaico.
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