Calle de las Tiendas Oscuras se centra en el denodado intento de
Guy Roland por recuperar su pasado. Hace ocho años perdió completamente la
memoria y no recuerda absolutamente nada de su vida anterior. Incluso su propio
nombre es una invención que le permite afrontar el día a día como una persona con
una identidad aunque esta sea falsa. Casualmente ha trabajado estos años en una
agencia de detectives pero durante este tiempo no ha conseguido indicio alguno
acerca de su pasado ni del acontecimiento que desencadenó su fatal pérdida de
memoria. Sin embargo, una pista aparece y
no dudará en iniciar una búsqueda que le conducirá a través de un curioso rosario
de personajes y lugares con la esperanza de componer un rompecabezas al que le faltan
la mayoría de las piezas.
Hay que reconocer que el
planteamiento de la obra genera suspense en el lector. Cada encuentro con un personaje
a priori relevante, cada atisbo de recuperar esa identidad desvanecida implica expectativa
y atención. La novela está escrita en una prosa sencilla y nada recargada que
transmite perfectamente un ambiente neblinoso que casa bien con la propia
historia y con la incierta personalidad del protagonista. La trama se desenreda
poco a poco y el lector asiste a un desalentador y parcial proceso de reconstrucción
del pasado de un personaje del que parece que nunca llegamos a saber nada en
concreto.
Sin embargo, bajo mi punto de
vista, la novela adolece de falta de verosimilitud en algunos pasajes y en la
propia figura del protagonista. Este deja escapar a personajes relevantes sin
formular preguntas cuando se supone que su objetivo es buscar cualquier
información útil sobre su pasado. Dicho de otro modo, para mantener el suspense
de la historia deja escapar incomprensiblemente ocasiones de oro. Algunos
encuentros casuales, como es el caso del que se da con el jockey Widmer parecen
forzados y metidos con calzador. Además, el último tercio del libro, con la
repentina clarividencia del protagonista, contrasta con el negro absoluto con
el que comienza la novela: de la más absoluta y hermética oscuridad surge el
recuerdo. Realmente la historia da mucho juego con la importancia del pasado y
la identidad, pero el desarrollo chirría. Esta apreciación depende de cada lector.
Por otro lado, llama la atención el cambio de narrador de primera persona a
tercera en algunos episodios durante la última parte del libro.
En definitiva, Calle de las Tiendas Oscuras es una novela
breve que se lee con soltura. Una historia brumosa y amarga que falla en el
armazón de la propia historia pero que no debió parecer lo mismo a los que decidieron
otorgarle el prestigioso premio Goncourt.
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