El argumento se centra en la
experiencia del autor como agente inmobiliario, profesión a la que se ve
abocado de modo insospechado para intentar resolver sus apreturas económicas en
plena crisis de 2008. Elección desconcertante para un hombre de unos cuarenta
años con familia, una profesión previa de editor y arquitecto, en un momento en el que el crack del ladrillo en España hacía poco
propicias este tipo de aventuras. Solo esta insólita elección y su aventura en
el mundo inmobiliario, desde el aprendizaje hasta su consolidación como agente,
resulta atractiva. Este hilo principal lo adereza con anécdotas personales
—recuerdos de vida, padres, infancia y otras de tipo arquitectónico o
gastronómico con la ciudad de Madrid como escenario. Al final la obra se lee
como una escena, sin trama, solo con el fluir de los hechos
Jacobo Armero aplica bien los principios de la autoficción. Estos se basan en coger una etapa de tu vida que creas reseñable, añadir vivencias personales que tengan color o impacto y luego otros temas paralelos reseñables que conozcas. Al final, con una distribución cabal tienes una obra. En cierto modo, puede parecer que cualquiera puede hacer autoficción y quizá sea así, pero otra cosa es que tenga interés lo contado o lo que literariamente representa. Historias de un agente inmobiliario es recomendable, pero hay poco funambulismo literario. Aquí no se ve ruptura de líneas temporales ni el lenguaje literario sirve para exprimir la última gota de jugo a los hechos. Claro que emplear imágenes, subordinación, léxico, etc., puede hacerte desbarrar y hacerte caer en el abismo de lo estéril. Ante el riesgo es mejor ser inteligente y huir de la pretenciosidad.
Para acabar, decir que hay tener
que valor para reinventarse de la manera que lo hace Jacobo Armero. Con
paciencia y convicción llega a vender una casa. Con más trabajo consigue una
profesión y saldar cuentas, que no es poco. De paso le sale un libro muy
respetable.
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