En las escuelas de escritura se enseña a los alumnos obras de Chejov o Carver y se les anima a devorar maravillas de Cortázar, Hemingway, Cheever o Bolaño. Este libro de Lucia Berlin, de corte carveriano, aunque con un color particular, merece un hueco entre las lecturas y referentes de aquellos que amarán el relato, soñarán con la novela y nunca dejarán de ser lectores.
El relato corto es un género complejo
y respetado, pero con menos adeptos de los que debiera y algo denostado por el
gran público.
Manual para mujeres de la
limpieza es un imprescindible del género por la calidad de sus cuentos y porque
el conjunto se adapta a la perfección al sentido que debe tener un libro de
relatos: nada de piezas acumuladas, un hilo común y cierta homogeneidad.
Ese hilo común no es otro que la
vida de la propia escritora donde aparecen difíciles relaciones familiares, su
alcoholismo y una vida que alternó cierta holgura económica en su juventud con apreturas
económicas en plena adultez. Cuatro hijos, juventud en Chile, trabajo de
enfermera de urgencias en la costa oeste. Al final cada relato es redondo, pero
a su vez conforma ese cuadro más amplio y una sensación rica y efervescente en
la mente del lector. Los escenarios son importantes, como las relaciones,
muchas de ellas desastrosas, y las vivencias, por muy simples que sean. El
libro es ficción, pero la ficción es la propia autora y al final los párrafos
son la eterna lucha del individuo contra la adversidad y sus propias
limitaciones, debilidades, frustraciones y fracasos.
Si me hablan de dificultades
económicas y alcoholismo me vienen a la cabeza los cuentos de Carver o incluso
las historias cortas de Bukowski: realismo sucio. En Berlin no hay
metaliteratura, artefactos o pretenciosidad, pero el realismo que ofrece es
suyo. Hay muchos matices que la diferencian del resto además de un lenguaje
propio y una forma cuidada.
En definitiva, una lectura
obligada para los cuentistas que recomiendo a cualquiera y que puede hacerse de
forma reposada, relato a relato, sorbo a sorbo. Es bueno disfrutar con un libro
aunque las historias sean amargas. Al final la vida, con el prisma del
atardecer, también lo es.
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