lunes, 8 de julio de 2019

Conejo en paz, John Updike





Hace tiempo pensé en hacer una alineación de un equipo de fútbol de personajes literarios, una ocurrencia en tiempos de sobrecalentamiento mental. Un equipo abigarrado en el que podía caber el Sueco Levov, Frank Bascombe, el inefable Bardamu de Céline, Jakob Von Gunten o Ferdyrdurke. Un once limitado por cuestión de número, pero en el que no dudaba de la presencia del icónico, aunque probablemente olvidado en la actualidad, Harry “Conejo” Armstrong, el personaje de Updike. Cada equipo de fútbol literario depende de las razones de cada lector, pero en el mío reservaría un lugar para el personaje que salió a comprar tabaco y no regresó a casa son su mujer e hijos. Conejo en paz, es el cuarto libro de esta saga y contiene numerosos hilos que conducen a las anteriores obras, con lo que es muy conveniente empezar por Corre, Conejo.

La composición de la novela es básica. La historia trata de un Conejo con cincuenta y tantos años que vive el invierno en Florida y el resto del año en Brewer. No trabaja, su hijo regenta el concesionario de Toyota que fue su ocupación durante años y él se limita a languidecer pausadamente, vivir de rentas. Sin embargo, la cosa se tuerce, su hijo tiene problemas con la cocaína —estamos a finales de los ochenta—, lo que afecta al negocio, y la estabilidad se tambalea.  La estructura de la obra se basa en tres pilares fundamentales. Las reflexiones de Conejo, las continuas descripciones de los lugares desarrolladas con un realismo de manual, quizá algo pasado, y los diálogos que hacen que la historia avance. El conjunto genera una escena que, aunque a finales de los ochenta, bien podría parecer el momento actual. En el presente el mundo parece estar al límite, nosotros siempre estamos amenazados por la novedad. La preocupación en la familia no cambia, porque no lo hacen los eternos conflictos que se desarrollan entre las personas, no importa su sexo, edad o condición.  Las luchas de poder se prolongarán hasta que el universo se desintegre. Quizá lo más atractivo de esta novela sea precisamente ver que el tiempo pasa, pero ciertos conflictos no envejecen, que todos nos obcecamos en la autodestrucción y nos engañamos con la única finalidad de salir adelante. 

Conejo siempre fue un niño anclado en unos tiempos pasados que fueron mejores. Un tipo simplón y en ocasiones insufrible que no soporta a su hijo y cuya relación con su mujer Janice rezuma siempre falsa tregua. En Conejo en paz aparecen sus nietos, con una luminosidad tensa. Una novela realista típica norteamericana con tramas de clase media, problemas mundanos, las urbanizaciones monótonas. Este modelo se ha trabajado mucho, pero Updike es uno de los referentes del siglo XX  como demuestra el Pulitzer que ganó esta novela.

Y vuelvo a la alineación de la que hablaba al principio para explicar porque incluyo a Conejo en el once. Los personajes literarios logran trascender en muchas ocasiones las páginas. No son los autores los que permanecen en el recuerdo, son los personajes. Aquí no hablo de héroes, hablo de las horas que se pasan con ese protagonista, con su desdicha a veces incomprensible, como queremos pegarles o tomar una cerveza con ellos. Han sido cuatro libros compartidos con Conejo y al final, queda en paz y vuelve a esa cancha de baloncesto del primer libro en la que algo empezó a quebrarse.

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