miércoles, 2 de mayo de 2018

Molloy, Samuel Beckett



         No comencé a leer Molloy de modo casual. Beckett  influyó, pero también algún comentario de otros autores sobre la obra. Luego, por mi cuenta, buceé por Internet, pero la búsqueda no resulto intensa porque acabé en  Wikipedia. La breve reseña resume la obra a la perfección.  Dice que se divide en dos partes. Una sobre Molloy y otra sobre Moran, los dos personajes. La primera consta de dos párrafos, el primero abarca unas líneas, el segundo ochenta páginas. Sí, ochenta páginas sin parar sacadas de la mente de Molloy. No hace falta saber mucho más para intuir que lo que se avecina es algo peligroso. Porque tanto esta parte como la correspondiente a Moran son pura corriente de la conciencia, relato hilvanado desde la propia mente de los personajes que conducen al lector a lugares inexplorados de artificio, enajenación y puro humor. No hay estructura, trama, hilo conductor. Ni siquiera hay un plano que pueda llamarse real, un asidero a un mundo cotidiano en el que la suma dos y dos sean cuatro.

        En la parte de Molloy el personaje empieza postrado en una cama, pero luego en una especie de juego de la mente se afana en encontrar a su madre no se sabe muy bien dónde. Hay una cojera que se enquista, una bicicleta que avanza a una pierna, una suerte de relación amorosa y un problema con un elemento que nunca olvidaré tras leer la obra: las piedras de succión. Molloy siempre guarda una piedra para succionarla en determinados momentos y en una ocasión, cuando acumula bastantes piedras le surgen razonables dudas sobre el orden en que debe chuparlas. En la parte de Moran vuelve a haber cuestiones de cojeras y bicicletas, pero en un contexto más propio de un mundo semejante al nuestro en el que, sin embargo,  se vuelven a desarrollar una serie de acontecimientos totalmente estrambóticos. La intención de Moran es encontrar a Molloy, pero la búsqueda —no se sabe bien para qué—se eterniza y acaba languideciendo con un Moran debilitado.

         Molloy y Moran no responden a canon alguno. Cualquiera que busque una novela como tal encontrará frustración porque Beckett desarrolló algo inaudito y único cuya dificultad reside en que el lector salta al vacío. La mayor parte de las personas que lean este libro, con la perspectiva habitual de lecturas monocordes, creerá que es una tomadura de pelo. Cuando vean que lo escribió Beckett quizá duden o maticen, porque se ha de reverenciar a los grandes nombres, pero la verdad es que tampoco creo que diste mucho de la broma. Quiero decir que maniata todo lo que se entiende por novela y muestra una obra en la que lo genuino es lo deformado y en la que hay golpes de humor e ironía. Se ríe del desarrollo del relato, define lo que quiere, destroza la realidad y ni siquiera desarrolla una corriente de conciencia convencional. Difícil lectura que no encontrará acogida en el lector utilitarista de hoy en día. Mi opinión es que dentro del artificio que supone me gusta la idea de broma, de no conducir a sitio alguno, por dos motivos. Uno porque muchos buscarán explicaciones y lugares comunes que justifiquen el viaje realizado, aplicarán filosofía y habilidad detectivesca de modo inútil a mi juicio. Otro, porque al final la obra semeja el camino vital al que nos vemos sometidos todos, puro artificio que acaba sin pedirlo y que muchas veces semeja a pura tragicomedia.  No recomiendo Molloy salvo a los que quieran escarbar un poco en lugares recónditos literarios. Reirán y se desesperarán, no entenderán y hasta se entristecerán, como en la vida misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario