viernes, 30 de marzo de 2018

Los hermosos años del castigo, Fleur Jaeggy

 

     Con la perspectiva actual, una obra acerca de la vida en un internado femenino de mediados del siglo pasado puede parecer distante. Sin embargo, Los hermosos años del castigo traspasa cualquier barrera temporal, cualquier prejuicio asociado a una adolescencia ajena y desleída. No se trata de una novela, sino de unas memorias narradas con voz evocadora sobre una tiempo suspendido en el recuerdo, con esa mezcla tan característica de languidez y fatalismo que todos reconocemos en esos momentos iniciáticos tan desagradecidos. Un conjunto con una forma de expresión que semeja muchas veces lo poético y en el que la contradicción está presente continuamente.

“El placer del desasosiego. No me resultaba nuevo. Lo apreciaba desde que tenía ocho años, interna en el primer colegio religioso. Y pensaba que a lo mejor habían sido los años más bellos. Los años del castigo. Hay una exaltación, ligera pero constante en los años del castigo, en los hermosos años del castigo”.

 El escenario principal es el instituto femenino Bausler, pero la autora capta retazos de sus ocho años de vida en diversos internados, de la relación con sus progenitores y compañeras o sus sentimientos en aquel tiempo. Toma determinados personajes, algunos nombres, ciertos lugares y deja hacer a la adolescente excéntrica y acomodada. Sin embargo, el protagonismo en el recuerdo corresponde a  la altiva y enigmática Fredérique, ese primer amor juvenil y torpe, imperecedero en la memoria. Una relación plagada de silencios que marca la historia hasta el final. 

La estructura de la obra contempla saltos temporales que rompen la linealidad, discontinuidad en los recuerdos y anécdotas, repeticiones y cierta fragmentación, pero todo contribuye a un conjunto sólido. Los hermosos años del castigo puede parecer una brisa fresca, pero también hiela y agita. La presencia de la muerte es constante, con lo que luces y sombras surgen de modo continuo. La voz narradora toma distancia, falta algo de calidez y, aún así, está cargada de emoción. Hay imágenes complejas, construcciones que fuerzan el significado, una gran expresividad. Me gustaría destacar las últimas hojas de la obra, que se separan de los años de internado y tienen un componente trágico. La narración fluye, la obra es breve y prácticamente se concluye sin querer, con la sensación de haber asistido a algo especial.

Dejo para el final lo que aparece en las primeras líneas de la obra. La muerte de Robert Walser en la nieve tras pasar treinta años en el manicomio de Herisau. Esa desaparición imperceptible del escritor suizo que Jaeggy recoge magistralmente en pocas y sencillas palabras y que representa toda una declaración de intenciones por parte de la autora. Una anécdota nada casual. Hay un juego de espejos basado en la proximidad de Herisau al instituto Baulser, y la cercanía literaria de este con el instituto Benjamenta en el que Jakob von Gunten, el personaje de Walser, aprendía a ser un cero a la izquierda. Un Walser con el que se desternillaba Kafka. Solo la belleza de esas escuetas palabras de nieve hace que merezca la pena Los hermosos años del castigo.

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