La literatura realista norteamericana, desde comienzos de siglo XX, ha explorado los terrenos aparentemente serenos de la clase media acomodada próximos a ese ideal de sueño americano tan anejo a la prosperidad y la autosatisfacción. Un modelo cuyas grietas permiten la fuga de tantos personajes novelescos que dudan de aquello que viven o, simplemente, acaban saltando por los aires. Un ejemplo claro, que tuvo un gran éxito en su momento, fue El hombre del traje gris (1955) de Sloan Wilson, cuyo título ya evoca esa masa uniforme de clase media que difiere poco de la que hoy en día puebla las ciudades de eso que llamamos primer mundo. Gente obediente que hace todo lo que se le ha dicho —debes estudiar y conseguir un empleo, casarte y tener hijos— y que de repente, duda. Divorcios, huidas, autocomplacencia y errores varios que conforman una nube gris de desestructuración emocional que se cierne sobre vidas privilegiadas. Entonces acuden a la mente Frank Bascombe, de Richard Ford, Sueco Levov, de Philip Roth o Babbit, de Lewis Sinclair. Personajes ya míticos entre los que también se encuentra, por derecho propio, Harry Angstrom, más conocido como Conejo.
Cabe puntualizar que Conejo es rico corresponde a la tercera novela de la serie que comenzó
con Corre, Conejo y siguió con El regreso de Conejo. Mi recomendación
es seguir el orden porque aunque se pueden leer independientemente hay muchas
referencias que se entienden mejor con esa lectura previa. Updike emplea la
misma fórmula de sus anteriores novelas. Toma un episodio de la vida del
protagonista, ahora centrado a comienzos de la década de los ochenta, y
desgrana por una lado sus pensamientos y reflexiones, que no tienen
desperdicio, y por otro, el cuadro de su vida. En este tercer volumen tenemos a
un Conejo maduro, pasados los cuarenta, con una vida más o menos estable,
encargado del concesionario de coches de su suegro ya fallecido y con un nivel
de prosperidad que le sitúa en un escalafón medio alto del sueño americano. Debe
lidiar con trabas familiares como la tormentosa relación con su hijo y el hecho
de seguir viviendo en la casa de su suegra. El papel de su esposa Janice, que
siempre había sido distante, cobra bastante valor. En apenas unas páginas nos
reencontramos con ese particular tipo que es Conejo. ¿Cómo definirlo? Yo creo
que es un personaje que ningún lector querría encarnar en su vida real. Ni
héroe, ni antihéroe, ni nada. Un tipo ingenuo, irreflexivo, banal y escasamente
audaz que, como él mismo dice, prefiere que las cosas ocurran antes que
lanzarse a buscarlas. Un individuo rutinario con momentos de lucidez, que al final se presenta
como una metáfora de la sociedad contemporánea. Un Conejo que detesta a su
hijo, pero que es incapaz de ver lo mucho que se parece a él, que aborrece a su
mujer pero que no hace nada por cambiar su situación. Ninguno querríamos
encarnarlo, pero no es difícil aprecias rasgos de uno mismo en sus desvaríos y
afirmaciones. Además, sus momentos de lucidez golpean con precisión. Finalmente
Conejo es un espejo en el que vemos esas partes que preferimos esquivar de
nosotros mismos. A veces nos desesperamos, otras veces nos parece un estúpido y
otras reímos. Mención aparte su relación con el sexo, muy cercana a la psique
masculina y fundamental en el relato. Muchos de sus arranques y despropósitos
vienen tiene su origen en el sexo.
Updike escribió esta novela sabiendo perfectamente
lo que intentaba construir y con la experiencia de conocer ya el universo de
Conejo. Emplea un narrador centrado en el protagonista, aunque en ocasiones
salta momentáneamente a su hijo, y plantea una sucesión lineal de acontecimientos
en la que abunda en la descripción, las digresiones del protagonista y los
diálogos. Estos últimos son lo que hacen que la historia fluya, con ritmo. Las
digresiones son necesarias porque muestran la visión de Conejo y su psicología.
Las descripciones ralentizan el relato y en ocasiones son algo superfluas al
incidir en los escenarios en los que se desarrolla la historia como Brewer o
Mount Judge. Sin embargo, todo el conjunto funciona y avanza. Una prosa clara y
cuidada en una buena historia realista, creíble, que no chirría y que supone
una excelente continuación a las dos anteriores. No decepcionará a los
lectores que ya conocen a Harry Conejo Angstrom.
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