domingo, 28 de mayo de 2017

Doctor Pasavento, Enrique Vila Matas




Pasavento decide desaparecer tras un incidente casual en la estación de Santa Justa de Sevilla. Debía acudir a una conferencia en el Monasterio de la Cartuja, pero escapa para dirigirse repentinamente a Nápoles. La desaparición no será solamente física sino que paulatinamente se producirá la transmutación del escritor original hacia una nueva personalidad con un pasado y unas motivaciones distintas. De la necesidad por esfumarse surgirá la figura del doctor Pasavento. Pero si en muchas ocasiones esa personalidad que asoma acaba superponiéndose a la original —ahora recuerdo al Faneca de Marsé comentado en este blog o al eterno personaje de míster Hyde—en este caso es la antigua la que siempre aparece en el momento más inoportuno. Porque en esta desaparición, que se puede denominar literaria, el escritor no termina de evaporarse, como si el doctor Pasavento consistiera en una nueva y sofisticada creación literaria, aquella que directamente se escribe en la propia realidad.

Curiosamente Pasavento se refugia en lugares en los que vivió o todavía mantiene cierto vínculo con lo que su intención se antoja estéril. Por ejemplo, siempre acude a la rue Vaneau —quizá todo esté pergeñado en esta calle parisina— desde donde toda su vida parece estar conectada. En esta calle se refugia en el hotel donde hace sus promociones en Francia y casualmente ve a otros escritores e incluso a la responsable de su editorial francesa. Tampoco parece una gran idea de huir a Nápoles donde trabajó en el Instituto Cervantes y coincide con algún que otro antiguo compañero. Incluso decide escapar a un lugar inventado como es la colonial Lokunowo, de temperatura suave, con su playa y rodeada de selva y que recuerda a cierto viaje al fin de la noche de Céline mezclado con un aroma portugués. Pero incluso aquí, en su propia imaginación, tiene complicaciones para dejar atrás la figura del escritor que no puede volatilizarse a pesar de que con el paso del tiempo nadie parezca echarle de menos. De todos modos, la reflexión sobre la desaparición literaria estará capitalizada por la figura del escritor suizo Robert Walser, del que es sabida la veneración que Vila-Matas siente por él y que es homenajeado en esta novela continuamente no solamente mediante citas y referencias sino con todo el texto. La visita de Pasavento al manicomio de Herisau donde pasó Walser los últimos años de su vida —creo que veintitrés— sin escribir una palabra permite un momento especial para los seguidores del suizo y una buena dosis de humor.  

La obra se construye a partir de capítulos cortos, con una línea temporal progresiva pero con una realidad oscilante que casa bien con la inestabilidad del protagonista. Emplea continuamente el ensayo con multitud de escritores, anécdotas y saltos entre los planos de ficción y realidad. No es una obra sencilla sino un poliedro metaliterario de cuidado en el que aparte del citado Walser se puede encontrar a otros tantos autores de los que solo nombraré a Montagne o al enigmático Pynchon.

Vila-Matas es un escritor de primera línea en el panorama contemporáneo. Doctor Pasavento permite una reflexión valiosa sobre el individuo, pero ante todo sobre la literatura. Además siempre destila gotas de humor necesarias. Su manera de escribir se aleja de la ampulosidad y aunque las citas son constantes tienen el efecto contrario a lo que sucede en otros autores: resultan interesantes y útiles al relato. Porque al final mientras Pasavento pasa de Nápoles a París, Zurich o Herisau, Sevilla o Lokunowo, por ejemplo, hay una continua digresión sobre el proceso literario. Puede parecer que se gravita sobre la misma idea y probablemente sea cierto, pero realmente no es muy importante. Lo relevante es el viaje y no perder de vista a los Pasavento, sobre todo al escritor.





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