martes, 15 de marzo de 2016

El regreso de Conejo, John Updike



 
Este es el segundo libro de la tetralogía de John Updike sobre Harry “Conejo” Angstrom por lo que resulta importante haber leído la obra anterior Corre, Conejo (1970). El regreso de Conejo, escrita en 1981, mantiene el esquema y el tono de la  primera obra.  Si el lector acabó harto de las andanzas e indecisiones de aquel Harry con veintiséis años que se marchó a comprar tabaco y no volvió a casa con su mujer e hijo no creo que esta nueva entrega cambie esa impresión. Si la historia no defraudó hay que continuar con la vida de este peculiar y anodino personaje de Updike que, pese a quien le pese, forma parte de la historia de la literatura norteamericana del siglo XX.
            
          En mi caso, la primera novela me pareció evocadora y un fiel reflejo de algunas pulsiones típicas de clase media que tan bien plasman algunos escritores estadounidenses. Quizá por aquello del sueño americano algunos saben dibujar la depresión y el fracaso a la perfección. El Regreso de conejo me parece una digna continuación en la vida de Harry. Han transcurrido diez años y Harry es un tipo corriente, gris y abúlico de treinta y seis años. Trabaja con su padre en una imprenta, conserva a su mujer Janice pero no parece albergar sentimientos profundos hacia ella y mantiene una relación normal y plana con su hijo Nelson. Una vida rutinaria y desechable que se tambalea cuando Janice lo abandona. Conejo no monta un escándalo sino que permanece abotargado por el golpe y comienza una sucesión de acciones inopinadas en las que a veces parece más espectador que protagonista. Sin una intención concreta seguirá una senda novedosa que  lo libera por momentos pero que no puede acabar bien. 

            La historia se desarrolla  en el Estados Unidos de finales de los setenta y hechos como la guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles están presentes en la obra. Harry lucha por mantener la pose de típico norteamericano orgulloso, pero parece anticuado. Del mismo modo que su cuerpo ha ganado gordura, sus opiniones parecen muebles viejos. Pero cuando se cruza con aquello que supuestamente desprecia no reacciona con miedo o ira sino que lo acepta, quizá porque con la marcha de Janice es el momento adecuado para reaccionar de ese modo. Entre salto y salto, reúne a gente insólita en su casa y disgusta a sus vecinos con estos nuevos habitantes —una chica que se ha fugado, un negro veterano de la guerra de Vietnam—. ¿Aprende algo con este giro en su vida? No lo tengo claro, pero no creo que la historia se base en aprender como tampoco nos quiere presentar a un héroe o un acto de redención. Harry tiene más de capullo que de otra cosa, un tipo simple, aunque a veces indescifrable, que como persona puede sacar de quicio a cualquiera —incluido el lector—. Pero como cualquier ser humano también tiene una parte, digamos, entrañable y uno puede comprender sus acciones y errores. La novela muestra que el mundo es un lugar complejo y sus habitantes ciertamente incomprensibles y muchos de ellos con una tendencia marcada al desastre o a la más absoluta nada. Destacaría la escena final en el motel, con un Harry en estado puro.

Updike mantiene solidez en la narración, casi siempre centrada en Harry, una escritura depurada y unos diálogos cuidados. En ocasiones, si uno pausa la lectura y avanza con lentitud en un diálogo, se aprecia esa conjunción entre palabras e imágenes que hace tan maravillosa a la literatura. Como paladear un bocado delicioso. Quizá esta no sea una obra maestra, pero ¿quién busca siempre grandes obras? A veces es suficiente con un buen libro, homogéneo y directo sobre personajes cotidianos y vidas que se cruzan en las que siempre hay desgracia, vida e incluso algo de esperanza. 

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