domingo, 13 de diciembre de 2020

Cartero, Charles Bukowski

 

Un tipo con magnetismo, pero sin talento. La falta de finura artística compensada por la atracción. Historias sin adornos que se ajustan al patrón del realismo sucio, estilo áspero y un perfil autobiográfico que suscita el interés de un público fiel pero que como buen fenómeno magnético también implica la repulsión. Una cuestión de polos aplicable tanto a su narrativa como a su poesía y que para el lector que no conoce a Bukowski se aclara al leer un párrafo. A las pocas líneas, esa muestra breve muestra a qué atenerse: aferrarse a la lectura o huir. Decisión del lector.  

Cartero es otra obra autobiográfica centrada en su trabajo para el servicio postal estadounidense que duró la nada desdeñable cifra de doce años. Un periplo de enfrentamiento con la autoridad, trabajo inabarcable, anécdotas hilarantes, alcohol en desmesura y sexo resacoso. No faltan días en el hipódromo, algo de muerte y desolación o relaciones tempestuosas, pero contra todo pronóstico el tema principal es su trabajo como cartero. Un trabajo que da mucho de sí. Los capítulos breves a la manera de relatos cortos acaban conformando una historia. Los mejores los del principio, con sus rutas de reparto y la fauna que se encuentra de buzón a buzón.

En Cartero uno piensa en los malos momentos en el trabajo: madrugas, te desgañitas, discutes y tras la jornada prometes no volver, pero al final repites una y otra vez la eterna letanía. La vida en general es algo así, pensar una cosa, hacer la otra. A Chinaski lo machacan, pero sigue en pie, con insolencia.

El estilo es franco, sencillo, punzante. Un vocabulario sin disfraz. Muchas veces cuando se habla de Bukowski y su escritura se dice que es un puñetazo en el estómago. Más allá de frases manidas para vender libros o lavadoras está claro que no quiere florituras sino un ritmo constante, una acción sostenida. Pero todo esto necesita un lector crédulo, de otro modo el magnetismo no funciona.

Para mí Bukowski siempre ha sido un compañero en momentos de escape del artificio.  Solo hace falta una historia de tiempo malgastado para sacarse la frustración con frustración -lo del clavo que saca otro clavo -.  Algo atractivo que gana por cercanía como sucede con el relato del insomnio recogido en El crack up de Fitzgerald. Historias sólidas que pesen en un sentido físico, aunque provengan en este caso de las fechorías de un recalcitrante alcohólico que malamente sobrevive.

Magnetismo, un estilo como un puñetazo, la senda del perdedor. En definitiva, solo sé que Bukowski gusta o no. No habrá sorpresas.


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