martes, 23 de septiembre de 2014

El hombre perro, Yoram Kaniuk







El israelí Yoram Kaniuk (1930-2013) escribió El hombre perro en 1968. Hasta el año 2007 no fue publicada en español por Libros del Asteroide. En el 2008 la obra fue llevada al cine de la mano del director Paul Schrader.


Adán Stein era un famoso payaso en la Alemania de antes de la Segunda Guerra Mundial,  pero tiempo después se convirtió en un judío más recluido en un campo de concentración. Klein, el comandante del campo, reconoció desde un pasado remoto al hombre payaso y le concedió una escapatoria a su destino a cambio de un cruel encargo: entretener a los judíos camino de la cámara de gas. Más de veinte años después del final de la guerra, Adán es de nuevo recluido, pero esta vez en un hospital psiquiátrico, tras intentar estrangular a la dueña de la pensión en la que vive.  No es la primera vez que ingresa en un hospital en medio del desierto israelí de Arad que en su mayoría acoge a víctimas del Holocausto. Su vuelta supone el regreso a un lugar en el que se mueve como pez en el agua y en el que el resto de personajes, tanto pacientes como trabajadores, parecen absortos en su figura como si todavía fuera el artista de antaño: una enfermera que está profundamente enamorada de él, un niño que se hace pasar por perro y que irremediablemente le recuerda a él mismo, un doctor con el que mantiene una relación tumultuosa, un enfermo que se hace llamar Miles Davis o una mujer que espera la conduzca a Dios, por poner solo algunos ejemplos. Estos personajes de carne y hueso conviven con otros difusos en la mente de Adán como el propio comandante Klein, la esposa y la hija a las que entretuvo antes de morir en la cámara de gas o la única hija superviviente con la que nunca llegó a reencontrarse tras la guerra. Una historia intrincada sin trama alguna, solo una huida hacia delante, con un personaje tan genial como desequilibrado, tan egoísta como cercenado por el dolor, la culpa y el abandono, que suspende al lector en una narración propia del equilibrismo.

El hombre perro es una novela compleja con un universo particular que solo puede funcionar con la narración que plantea Kaniuk. El protagonista y los personajes que lo rodean, sean o no pacientes, tienen un trastorno más o menos acentuado lo que desconcierta al lector. El escenario planteado roza lo inverosímil: un hospital psiquiátrico con suelos enmoquetados, hilo musical, aire acondicionado, médicos que dejan hacer lo que quieren a sus pacientes, una enfermera que se salta las reglas para poder mantener una tórrida relación con Adán, una bodega con selectos vinos o un chef excepcional que prepara deliciosos platos a diario. De hecho, visitantes de todas partes del mundo acuden los fines de semana y se entremezclan con los locos para degustar la exquisita cocina de Pierre Loti. Este escenario solo funciona con unos personajes como los que plantea Kaniuk, un tema de fondo como el Holocausto —aunque parezca contradictorio— y sobre todo con un narrador concebido para que este conglomerado se sostenga. Un narrador en tercera persona omnisciente respecto de los personajes que se introduce en su mente hasta dejar fluir su conciencia incluso en medio de un perturbador ataque. Un narrador que solo cuenta lo que el personaje deja entrever, frecuentemente poco, de manera que la historia se compone a base de retazos. Sería imposible que la novela funcionara sin ese narrador que maneja los personajes, la distancia, y las dosis de surrealismo con destreza y que mantiene a partes iguales la solidez y el vaivén.

La originalidad de esta obra esquizoide —tal y como debe ser desarrollándose en un manicomio— es indudable. Cuando fue publicada pasó desapercibida y en la actualidad es aclamada como una obra maestra. Estéticamente es sobresaliente. Como he señalado no hay trama definida, todo es un viaje a través de una bruma condensada por la sinrazón de la barbarie, el dolor eterno, la culpa lacerante y la más extrema locura.  Lo más parecido a Adán Stein son aquellos extraordinarios Solal y Comeclavos dibujados en sendas obras homónimas por el escritor francés Albert Cohen, perpetuando a Solal nuevamente en Bella del Señor. Solal y Comeclavos, dos personajes míticos difíciles de olvidar aunque hayan pasado casi quince años desde que los encontré. Algo similar sucederá con Adán Stein. Sin embargo, advierto al lector que esta novela se aleja totalmente de lo convencional. No es una cuestión de forma, de ritmo, de extensión, de tema. Realmente es una obra que requiere paciencia e incluso corazón, lo que muchos no están dispuestos a dar cuando la literatura se convierte en un mero entretenimiento mientras se va de casa al trabajo y las puertas del metro se abren y cierran continuamente. El hombre perro es un ejercicio literario. Su lectura es ardua —por lo menos a mí me ha costado—  pero tras concluirla el paso del tiempo genera la sensación de un esfuerzo recompensado. 

Hay pasajes, como el peregrinaje en busca de Dios en el desierto y todo lo que desencadena, que son sublimes. Una escena tragicómica de altura. Me arriesgo a decir que El hombre perro es una obra que en ocasiones rasga la verosimilitud de la historia pero sin llegar a caer en el absurdo, aunque esto queda a juicio del lector. En mi opinión la originalidad estética, el planteamiento de Kaniuk y los personajes, otorgan un gran valor a una obra que probablemente aporta un modo distinto de abordar el Holocausto pero sin restar un ápice de severidad al infausto hecho. Un enfoque distinto y malentendido en su momento, una obra original que dudo atraiga siquiera a la mitad de los que la comiencen, pero que formalmente es sobresaliente. Adán nunca deja de ser un payaso como tampoco un prisionero.  La lectura de El hombre perro es como un tortuoso recorrido que puede resultar duro, pero que al final queda grabado en la memoria. ¿No es eso lo que se busca con una obra de arte?

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