Pasavento decide desaparecer tras un incidente
casual en la estación de Santa Justa de Sevilla. Debía acudir a una conferencia
en el Monasterio de la Cartuja, pero escapa para dirigirse repentinamente a Nápoles.
La desaparición no será solamente física sino que paulatinamente se producirá
la transmutación del escritor original hacia una nueva personalidad con un
pasado y unas motivaciones distintas. De la necesidad por esfumarse surgirá
la figura del doctor Pasavento. Pero si en muchas ocasiones esa
personalidad que asoma acaba superponiéndose a la original —ahora recuerdo al
Faneca de Marsé comentado en este blog o al eterno personaje de míster Hyde—en este
caso es la antigua la que siempre aparece en el momento más inoportuno. Porque en
esta desaparición, que se puede denominar literaria, el escritor no termina de
evaporarse, como si el doctor Pasavento consistiera en una nueva y sofisticada
creación literaria, aquella que directamente se escribe en la propia realidad.
Curiosamente Pasavento se refugia en lugares en los
que vivió o todavía mantiene cierto vínculo con lo que su intención se antoja
estéril. Por ejemplo, siempre acude a la rue Vaneau —quizá todo esté pergeñado en
esta calle parisina— desde donde toda su vida parece estar conectada. En esta
calle se refugia en el hotel donde hace sus promociones en Francia y
casualmente ve a otros escritores e incluso a la responsable de su editorial
francesa. Tampoco parece una gran idea de huir a Nápoles donde trabajó en el
Instituto Cervantes y coincide con algún que otro antiguo compañero. Incluso
decide escapar a un lugar inventado como es la colonial Lokunowo, de
temperatura suave, con su playa y rodeada de selva y que recuerda a cierto
viaje al fin de la noche de Céline mezclado con un aroma portugués. Pero
incluso aquí, en su propia imaginación, tiene complicaciones para dejar atrás
la figura del escritor que no puede volatilizarse a pesar de que con el paso
del tiempo nadie parezca echarle de menos. De todos modos, la reflexión sobre
la desaparición literaria estará capitalizada por la figura del escritor suizo Robert
Walser, del que es sabida la veneración que Vila-Matas siente por él y que es
homenajeado en esta novela continuamente no solamente mediante citas y referencias
sino con todo el texto. La
visita de Pasavento al manicomio de Herisau donde pasó Walser los últimos años
de su vida —creo que veintitrés— sin escribir una palabra permite un
momento especial para los seguidores del suizo y una buena dosis de humor.
La obra se construye a partir de capítulos cortos,
con una línea temporal progresiva pero con una realidad oscilante que casa bien
con la inestabilidad del protagonista. Emplea continuamente el ensayo con multitud
de escritores, anécdotas y saltos entre los planos de ficción y realidad. No es
una obra sencilla sino un poliedro metaliterario de cuidado en el que aparte
del citado Walser se puede encontrar a otros tantos autores de los que solo nombraré
a Montagne o al enigmático Pynchon.
Vila-Matas es un escritor de primera línea en el
panorama contemporáneo. Doctor Pasavento permite
una reflexión valiosa sobre el individuo, pero ante todo sobre la literatura. Además siempre
destila gotas de humor necesarias. Su manera de escribir se aleja de
la ampulosidad y aunque las citas son constantes tienen el efecto contrario a
lo que sucede en otros autores: resultan interesantes y útiles al relato.
Porque al final mientras Pasavento pasa de Nápoles a París, Zurich o Herisau,
Sevilla o Lokunowo, por ejemplo, hay una continua digresión sobre el proceso
literario. Puede parecer que se gravita sobre la misma idea y probablemente sea
cierto, pero realmente no es muy importante. Lo relevante es el viaje y no
perder de vista a los Pasavento, sobre todo al escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario