Una mañana de
sábado desperté algo aturdido porque no era capaz de articular palabra. Solo
emitía sonidos onomatopéyicos que la persona que compartía conmigo ese temprano
momento identificaba con afirmaciones, negaciones o exclamaciones. Inmediatamente
asocié esta anomalía con un ataque de ficción causado probablemente por una
transfiguración literaria de mi personalidad. Como soy una persona de entidad
débil que niega constantemente el mundo supongo que deseaba transformarme en un
personaje literario. Quizá mi esperanza era la de convertirme en un ser
distinto para reinventarme en un individuo que afrontara la vida real, aquella
que se antoja tan complicada, de un modo novedoso. Quizá deseaba romper el
aburrimiento o directamente mis nervios se habían desmenuzado. El ataque apenas
duró un par de horas y, salvo esa persona que soportaba mi despertar, nadie se
percató de la imposibilidad de pronunciar palabras en aquella soleada y tibia
mañana de sábado. Lo más llamativo fue que a la gente que coincidió conmigo en ese
ataque de ficción no le supuso ningún problema que solo pudiera decir cosas como
mmm a sus afirmaciones o preguntas. Si cuento esto es porque la literatura
tiene ramificaciones que llegan más allá de lo imaginable. Si se parte de esa
contradicción que dice que la literatura representa la propia vida pero que es ajena
a ella, todo puede ocurrir. Tanto en el relato como fuera de él. Creo que al
protagonista de El mal de Montano le
sucede algo similar con las ramificaciones de la literatura. Padece
inicialmente esa enfermedad por la cual todo lo relaciona con la literario y
posteriormente se erige como un acérrimo defensor de la literatura frente a
todos aquellos que quieren destruirla, entre los que probablemente me encuentre
yo con estas reseñas que realmente solo buscan hacer de recordatorio de mis
lecturas y que no sé si alguna vez habrán conseguido su propósito.
Vila-Matas vuelve
a presentar una obra compleja en la estructura cuyo protagonista no es otro que
lo literario, con lo que solo puede ser atractiva para aquellos que asignen a
la literatura un lugar preferente en su existencia, más allá del mero
entretenimiento matutino o de modas pasajeras. Para ello emplea todo tipo de
recursos en una obra que resulta innovadora porque pocas veces conviven juntas
la autoficción, el diario, el libro de viajes, la conferencia o la cita
literaria, por poner ejemplos. El tiempo se estruja, los personajes se
inventan, los lugares parecen elásticos y el vértigo en el lector es continuo. Vértigo
porque la obra es puro pensamiento plasmado en algo más de trescientas treinta
páginas que a muchos les resultará inabordable por la costumbre a una narración
de la experiencia muy alejada del equilibrismo de la subjetividad. Vila-Matas
aporta siempre bastante ironía y sus protagonistas, como es el caso de Montano,
llaman a la puerta de esas alineaciones literarias donde están Bartleby o
Bardamu. El que asuma el riesgo y desee embarcarse en este viaje tendrá alguna
recompensa y observará como, mediante un lenguaje sencillo pero con un armazón
complejo, se cuenta una historia en la que aparecen lugares y personas, pero
con la literatura de protagonista. No debe extrañar esa lucha contras los topos
de la isla de Pico que sueñan con acabar con la literatura. Montano, con su
compañera Rosa y el Nosferatu de Tongoy, recorre el mundo, huye, se reencuentra
y vuelve a recorrerlo.
Un novela de un género
inclasificable, pero perteneciente a lo metaliterario, con multitud de citas de
autores y referencias a lugares que van desde Valparaíso en Chile a Budapest.
Una novela a lo Vila-Matas, menos accesible que Bartleby y compañía, pero muy recomendable para los seguidores de
este escritor que parece ser una ramificación de la literatura en la vida.
Porque los ataques de ficción o la lucha con los enemigos de lo literario
siempre acechan a la vuelta de la esquina y hay que estar prevenidos para saber defenderse.
Lástima haberme perdido ese momento, me hubiera reído un poco.
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