Elisabeth Costello es un libro de relatos, con su hilo conductor, un orden determinado y un corpus concebido como un todo. En algún sitio he visto el calificativo de novela, pero la denominación resulta incorrecta. Creo que quizá solo buscaba atraer más público, vender más, dada la desconfianza que muchos sienten ante la palabra relato. Parece que nadie quiera cortometrajes, solo el glamour del largo. Pero la literatura no funciona así y un libro de relatos es algo serio, palabras mayores. Aún así, si este va a ser el primer contacto con Coetzee, mejor empezar con Desgracia o Verano, pero los seguidores del sudafricano, entre los que me encuentro, tienen en este volumen un buen lugar para reencontrarse con su obra.
El punto en
común de los textos es su protagonista: Elisabeth Costello. Una escritora
anciana cuya gloria literaria queda lejana y de la que poco se sabe de su obra
actual. Parece uno de esos escritores veteranos de obra reconocida pero cuyo
pasado engulle cualquier acción presente, respetados pero irrelevantes. La
mayor parte de los relatos son conferencias o charlas construidas a modo de
ensayo en las que se desarrollan temas diversos que van desde el humanismo a la
defensa de los animales. Costello parece siempre fuera de lugar, a la defensiva
y sus discursos parecen tener más que ver con su etapa vital que con los temas
que trata. Resulta antipática y desubicada y sus opiniones son libres pero
incómodas, en ocasiones extremas, pero también interesantes y permiten la reflexión,
que no es poca cosa.
De todos los relatos me ha llamado la atención
uno que toca el humanismo con una visión peculiar en una charla que pronuncia
una hermana suya, todavía más hosca que la propia Elisabeth. Quizá el relato
más cercano al género sea el número ocho en el que hay deformación de la
realidad, absurdo y debate existencial lo que crea un cóctel atractivo.
Al final una
cosa está clara: Elisabeth Costello tiene demasiados años y quizá haya aceptado
más conferencias de las que debería en esta etapa de su vida. El lector debe
observar además de los ensayos la conexión con el personaje, con su momento
vital, con la distancia y amargura que la arrojan al atrevimiento, pero también
a la rápida huida. No se arredra, su creencia es su propio oficio de escritora, aunque eso la haya
alejado del mundo, de sus seres queridos.
“Suspira y
sigue caminando. Qué bello es este mundo, aunque solo sea un simulacro. Por lo
menos le queda eso”.
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