Portnoy es un judío que se
desgañita contra su propia tradición, contra sus padres, que tiene un serio
problema con el sexo y unas relaciones peculiares, por decir algo, con las
mujeres. Uno puede preguntarse, ¿fue antes Portnoy o Woody Allen? La obra de
Roth y Toma el dinero y corre son ambas de 1969. Una curiosidad para que
el lector pueda intuir el tipo de protagonista que puede encontrarse. Hablamos
de judíos locuaces, ácidos e irreverentes que hoy en día tienen serios problemas
frente a los actuales filtros de corrección .
La historia se resume fácil. Portnoy
narra sus frustraciones en un monólogo delirante ante la figura de un
psiquiatra. Un psiquiatra que atiende en la ficción como interlocutor ausente y
que bien podía haber sido un cura, el camarero de una sórdida taberna o el
mismísimo Dios. Una confesión de reparto de hostias a diestro y siniestro entre
sus congéneres y el mundo en general y en el que también hay amplio espacio para
ridiculizarse a sí mismo. Una suerte de anécdotas desinhibidas y grotescas,
fácilmente digeribles y muchas veces desternillantes. No hay trama, resolución
o conflicto, pero la verdad es que esos disparates resultan más interesantes
que muchas de las historias cortadas a patrón de la literatura teóricamente más novedosa.
Mi parte preferida del libro es la primera,
esa niñez y preadolescencia bajo el yugo del complejo judaico-neoyorkino de
desarraigo. La parte de los desvaríos masturbatorios tiene momentos tan extremos
como geniales, dignos de Pepe Colubi. Luego está la parte de su despertar
sexual, su temor por las enfermedades venéreas, la mezcla de religión y
sexualidad mal entendida y su obsesión por un determinado tipo de mujer, rubia
y anglosajona, principio y fin de sus problemas. Al final muchas de sus
relaciones con los personajes circundantes no perteneciente al universo
talmúdico acaban igual: ¡perro judío! En esta obra de un Roth joven se aprecian
ciertos brillos en la forma del excelente escritor que fue el estadounidense.
Sin duda Portnoy está maldito,
quiere llevar una vida convencional de familia media pero aglutina excesivos complejos. En el fondo desea lo que detesta. Pura contradicción, puro humano. El modelo de ese tipo de sociedad de los sesenta puede trasladarse sin problema
a la actualidad por mucho avance tecnológico que haya. Portnoy sabe que está
maldito y por mucho que despotrique ante ese psiquiatra ausente, por mucho que se
empeñe en jurar, renegar de la Torá, está condenado por sí mismo. Condenado por
saberse jilipollas en un mundo eternamente deshilachado.
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