Siempre he creído que la primera
novela de un autor tiene una pátina especial. El tortuoso camino plagado de
rechazos y dudas convierte muchas veces la publicación en un milagro y deja la
eterna pregunta sobre todas aquellas obras olvidadas en un cajón que pudieron
tener un destino distinto, quizá brillante. Un universo de obras desaparecidas,
de talentos literarios no consumados, de azar delirante. De este periplo no
escapó La ciudad y los perros, novela
premiada y de éxito casi inmediato, que se considera un hito dentro del
fenómeno literario conocido como boom latinoamericano, pero que fue rechazada y
vio la luz gracias a la insistencia creadora del autor y a la figura de Carlos
Barral, que propició su publicación en la España de la censura en 1963. Con un
azar cruel o con un ánimo tendente al abandono la obra se habría olvidado y
Vargas Llosa puede que fuera un ser anónimo con una vida dedicada a una
profesión anodina al cuidado de su familia. Habría sido una lástima porque se
trata de una obra meritoria para la edad con la que contaba el autor, con algo
más de veinte años, y que décadas más tarde goza de vigencia, algo nada
sencillo.
La historia narra las vicisitudes de un grupo de adolescentes en el colegio militar Leoncio Prado, lugar que genera un contexto idóneo para cebarse con la debilidad y premiar el abuso en cualquiera de sus formas. Chicos con motes como el Jaguar, el Boa, el Poeta, o el Esclavo establecen sus roles y medios de protección. El internamiento y el hacinamiento en los fácilmente imaginables cuarteles con literas, con la consiguiente falta de intimidad y de apoyo familiar inmediato, los castigos y la disciplina militar siempre mal entendida tanto por los que la imparten como por los que la reciben, genera un mundo particular y lacerante que el propio autor vivió en sus carnes como una experiencia desoladora. Sin embargo, este trauma adolescente sirvió como sustrato para esta primera novela que plantea una historia de juventud con tintes trágicos. La historia parece centrarse en el Poeta, pero en mi opinión no hay un protagonista claro. En todo caso, si hay uno, es el propio colegio, como entramado y maraña violenta omnipresente en todo el relato. La diversidad de los personajes, con un origen social variado, ofrece un mosaico de la sociedad del Perú de aquel momento a mediados del siglo XX que resulta atractivo por cómo se relacionan los alumnos entre ellos y por el común objetivo de la supervivencia que finalmente no es otro que escapar al castigo y al abuso.
Vargas Llosa, emplea una técnica
narrativa con influencia de autores como Faulkner. A mí también me llega algo algo
de otros autores como sería el Dos Passos de Manhattan Transfer. La línea temporal principal es el último año en
el colegio de los alumnos, pero el autor salpica el relato con saltos continuos
e introduce multitud de personajes secundarios y escenarios, aunque para la
trama se centre en tres personajes: el Poeta, el Esclavo y el Jaguar. Emplea cambios de narrador, con un uso frecuente
de la corriente de la conciencia. De este modo construye una historia fragmentada
que conforma un conjunto que, partiendo de una trama convencional, consigue un
relato resonante y bien concluido. Es cierto que al principio cuesta coger el
hilo, el ritmo, pero enseguida uno se sumerge en la historia de la mano de una
forma cuidada y nada empalagosa que denotan trabajo y dedicación en la novela.
La ciudad y los perros podría recomendarse como lectura en los
institutos de lengua castellana. Presenta un relato de juventud en un contexto
desolador con una narrativa exigente pero cuya temática puede ser atractiva para
ese lector joven que tras muchos desencuentros puede ver que al final, después
de tanta oscuridad, el curso acaba y llega el verano.
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