Hace tiempo
pensé en hacer una alineación de un equipo de fútbol de personajes literarios, una
ocurrencia en tiempos de sobrecalentamiento mental. Un equipo abigarrado en el
que podía caber el Sueco Levov, Frank Bascombe, el inefable Bardamu de Céline,
Jakob Von Gunten o Ferdyrdurke. Un once limitado por cuestión de número, pero
en el que no dudaba de la presencia del icónico, aunque probablemente olvidado
en la actualidad, Harry “Conejo” Armstrong, el personaje de Updike. Cada equipo
de fútbol literario depende de las razones de cada lector, pero en el mío reservaría
un lugar para el personaje que salió a comprar tabaco y no regresó a casa son
su mujer e hijos. Conejo en paz, es
el cuarto libro de esta saga y contiene numerosos hilos que conducen a las
anteriores obras, con lo que es muy conveniente empezar por Corre, Conejo.
La composición
de la novela es básica. La historia trata de un Conejo con cincuenta y tantos años
que vive el invierno en Florida y el resto del año en Brewer. No trabaja, su
hijo regenta el concesionario de Toyota que fue su ocupación durante años y él
se limita a languidecer pausadamente, vivir de rentas. Sin embargo, la cosa se
tuerce, su hijo tiene problemas con la cocaína —estamos a finales de los
ochenta—, lo que afecta al negocio, y la estabilidad se tambalea. La estructura de la obra se basa en tres
pilares fundamentales. Las reflexiones de Conejo, las continuas descripciones
de los lugares desarrolladas con un realismo de manual, quizá algo pasado, y
los diálogos que hacen que la historia avance. El conjunto genera una escena
que, aunque a finales de los ochenta, bien podría parecer el momento actual. En
el presente el mundo parece estar al límite, nosotros siempre estamos
amenazados por la novedad. La preocupación en la familia no cambia, porque no
lo hacen los eternos conflictos que se desarrollan entre las personas, no
importa su sexo, edad o condición. Las
luchas de poder se prolongarán hasta que el universo se desintegre. Quizá lo más
atractivo de esta novela sea precisamente ver que el tiempo pasa, pero ciertos
conflictos no envejecen, que todos nos obcecamos en la autodestrucción y nos
engañamos con la única finalidad de salir adelante.
Conejo siempre
fue un niño anclado en unos tiempos pasados que fueron mejores. Un tipo simplón
y en ocasiones insufrible que no soporta a su hijo y cuya relación con su mujer
Janice rezuma siempre falsa tregua. En Conejo
en paz aparecen sus nietos, con una luminosidad tensa. Una novela realista
típica norteamericana con tramas de clase media, problemas mundanos, las
urbanizaciones monótonas. Este modelo se ha trabajado mucho, pero Updike es uno
de los referentes del siglo XX como
demuestra el Pulitzer que ganó esta novela.
Y vuelvo a la
alineación de la que hablaba al principio para explicar porque incluyo a Conejo
en el once. Los personajes literarios logran trascender en muchas ocasiones las
páginas. No son los autores los que permanecen en el recuerdo, son los
personajes. Aquí no hablo de héroes, hablo de las horas que se pasan con ese
protagonista, con su desdicha a veces incomprensible, como queremos pegarles o
tomar una cerveza con ellos. Han sido cuatro libros compartidos con Conejo y al
final, queda en paz y vuelve a esa cancha de baloncesto del primer libro en la
que algo empezó a quebrarse.
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