No comencé a leer Molloy de modo casual. Beckett influyó, pero también algún comentario de
otros autores sobre la obra. Luego, por mi cuenta, buceé por Internet, pero la
búsqueda no resulto intensa porque acabé en
Wikipedia. La breve reseña
resume la obra a la perfección. Dice que
se divide en dos partes. Una sobre Molloy y otra sobre Moran, los dos
personajes. La primera consta de dos párrafos, el primero abarca unas líneas,
el segundo ochenta páginas. Sí, ochenta páginas sin parar sacadas de la mente
de Molloy. No hace falta saber mucho más para intuir que lo que se avecina es
algo peligroso. Porque tanto esta parte como la correspondiente a Moran son
pura corriente de la conciencia, relato hilvanado desde la propia mente de los
personajes que conducen al lector a lugares inexplorados de artificio,
enajenación y puro humor. No hay estructura, trama, hilo conductor. Ni siquiera
hay un plano que pueda llamarse real, un asidero a un mundo cotidiano en el que
la suma dos y dos sean cuatro.
En la parte de Molloy el
personaje empieza postrado en una cama, pero luego en una especie de juego de
la mente se afana en encontrar a su madre no se sabe muy bien dónde. Hay una
cojera que se enquista, una bicicleta que avanza a una pierna, una suerte de
relación amorosa y un problema con un elemento que nunca olvidaré tras leer la obra:
las piedras de succión. Molloy siempre guarda una piedra para succionarla en
determinados momentos y en una ocasión, cuando acumula bastantes piedras le
surgen razonables dudas sobre el orden en que debe chuparlas. En la parte de
Moran vuelve a haber cuestiones de cojeras y bicicletas, pero en un contexto
más propio de un mundo semejante al nuestro en el que, sin embargo, se vuelven a desarrollar una serie de acontecimientos
totalmente estrambóticos. La intención de Moran es encontrar a Molloy, pero la
búsqueda —no se sabe bien para qué—se eterniza y acaba languideciendo con un
Moran debilitado.
Molloy y Moran no responden a
canon alguno. Cualquiera que busque una novela como tal encontrará frustración
porque Beckett desarrolló algo inaudito y único cuya dificultad reside en que el
lector salta al vacío. La mayor parte de las personas que lean este libro, con
la perspectiva habitual de lecturas monocordes, creerá que es una tomadura de
pelo. Cuando vean que lo escribió Beckett quizá duden o maticen, porque se ha
de reverenciar a los grandes nombres, pero la verdad es que tampoco creo que
diste mucho de la broma. Quiero decir que maniata todo lo que se entiende por
novela y muestra una obra en la que lo genuino es lo deformado y en la que hay
golpes de humor e ironía. Se ríe del desarrollo del relato, define lo que
quiere, destroza la realidad y ni siquiera desarrolla una corriente de
conciencia convencional. Difícil lectura que no encontrará acogida en el lector
utilitarista de hoy en día. Mi opinión es que dentro del artificio que supone
me gusta la idea de broma, de no conducir a sitio alguno, por dos motivos. Uno
porque muchos buscarán explicaciones y lugares comunes que justifiquen el viaje
realizado, aplicarán filosofía y habilidad detectivesca de modo inútil a mi
juicio. Otro, porque al final la obra semeja el camino vital al que nos vemos
sometidos todos, puro artificio que acaba sin pedirlo y que muchas veces semeja
a pura tragicomedia. No recomiendo
Molloy salvo a los que quieran escarbar un poco en lugares recónditos
literarios. Reirán y se desesperarán, no entenderán y hasta se entristecerán,
como en la vida misma.
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