Philip Roth murió ayer. Con su
muerte se va una figura de relieve de la narrativa contemporánea, un disector
de la clase media norteamericana que convirtió Newark no solo en escenario de
personajes poliédricos, complejos y atormentados a los que el destino machacaba
con su aleatorio golpeo, sino un lugar familiar para la emocionalidad de sus
lectores. Un excelente escritor que estoy seguro resistirá el paso de las décadas
por la atemporalidad de sus historias y una forma compleja pero envolvente. La noticia
de la muerte se cuela en la insípida actualidad de voces en cuello y
banalidad, pero quizá su desaparición deba apreciarse como un segundo de
silencio necesario entre tanto ruido. Un silencio que solo expresa que el ser
humano ha dejado de existir, pero que persiste la literatura con una armonía
irrefrenable.
De manera breve mencionaré algo
sobre tres obras de Roth para recomendar su lectura. Obras no reseñadas
anteriormente porque fueron leídas antes de comenzar la publicación de este
blog.
Me casé con un comunista: uno de los libros de la Trilogía
americana de Roth, menos afamado que Pastoral
americana, pero fantástico y que representa un claro ejemplo de la
narrativa de Roth.
Elegía: breve obra que describe la existencia de manera límpida,
desnuda, con escenas que duelen por su cercanía, sobre todo algunas sobre la
enfermedad y el deterioro. Una novela en la que no sobra una palabra.
Némesis: última obra de Roth, impactante, intensa, vívida y, como
siempre, demoledora.
Sus novelas sobrevuelan la zona de
Newark, el judaísmo, la confrontación y sobre
todo el destino. Ese que marca el curso vital y que envalentona a los pocos que
lo tienen de su lado y erosina a la mayoría de los mortales.
Desde estas líneas, no creo que
Philip Roth haya muerto.
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