Penelope
Fitzgerald (1916-2000) resulta una
escritora poco convencional si se tiene en cuenta que publicó su primera obra
con 58 años. Su actividad literaria e intelectual desde ese momento fue
prolífica, lo que anima a perseverar en cualquier tipo de actividad con
independencia de esa barrera que llamamos edad. Desde luego para ella no fue un
obstáculo porque desarrolló una obra literaria que hoy en día sigue vigente. Un
ejemplo lo tenemos en la reciente adaptación al cine de La librería por parte de Isabel Coixet. Sin embargo, en esta reseña toca decir algo de El inicio de la primavera, publicada en
1988 y que como apunte cabe decir que fue finalista del prestigioso premio Man
Booker.
Una novela que se desarrolla en el Moscú de 1913 resulta atractiva al desarrollarse en un mundo que dejó de existir de manera abrupta con la revolución que llegaría años después. Un mundo convulso, sujeto a unas reglas anticuadas y a una acentuada diferencia de clases que la autora describe de manera detallada, pero sutil, sin abrumar al lector, pero con los datos suficientes para proporcionar una idea del clima inestable y prerrevolucionario de la época. En este marco, desarrollado casi como en una novela costumbrista, aparece una familia inglesa que ha vivido siempre en Rusia. Todos menos Nellie, que se mudó a Moscú después de casarse con Frank Reid tras conocerlo cuando este pasaba una época en Inglaterra. Pero al comienzo de la novela Nellie ha abandonado a su marido y a sus tres hijos para regresar a su tierra natal. No se conocen los motivos, pero Frank debe rehacerse de semejante golpe, cuidar de sus hijos y continuar con el trabajo de la imprenta que dirige. Su posición es acomodada, con una casa con varios sirvientes y docenas de trabajadores a su cargo, pero en un momento tan difícil e inexplicable cuesta no perder el equilibrio. Busca una mujer que cuide de sus hijos, se ocupa de la imprenta junto a su amigo y compañero Selwyn Crane y desarrolla una existencia aparentemente anodina. El invierno en Moscú es duro, pero poco a poco se acerca el deshielo y de modo imperceptible también algunas cosas cambiarán para Frank Reid.
La obra se asienta sobre una estructura sencilla. Una narración en tercera persona que avanza
en el presente, salvo algunos capítulos al comienzo del libro que cuentan los
inicios de Frank y Nellie, como un bosquejo de la esposa huida y la relación pasada
de ambos. Frank Reid comparte protagonismo con los personajes secundarios que,
aunque parece que no inciden en la acción, contribuyen al dibujo de ese Moscú
de 1913. Porque esta novela tiene mucho de novela costumbrista, aunque el
cuadro se lo apropien más los personajes que las descripciones. Hay abundancia
de diálogos y los escenarios y anécdotas están desgranados de modo impoluto,
sin agotar al lector. La forma es impecable lo que desemboca
en una lectura fluida. El único inconveniente a mi juicio es la manera de
resolver la historia. Fitzgerald busca un conflicto que atraiga la atención del
lector —ahí tiene a un estudiante que aparece en el último tercio del relato— y
luego desarrolla un final con estructura abierta que en mi opinión es
apresurado y dudoso. En la edición de Impedimenta hay un postfacio que comenta
el libro y asocia el final con la necesidad de dejar un lugar a la imaginación.
Los finales “imaginativos” siempre generan
escepticismo sobre si la intención real del autor es dejar una estructura
abierta o directamente no ha sabido o querido cerrar la obra. Hay una escena en
un bosque inquietante y evocadora pero que
puede interpretarse como un artificio para precipitar el final.
En definitiva
una obra convencional, atractiva, bien desarrollada y de lectura sencilla, sin
alardes ni efectismo.
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