Lo
mejor de esta obra de César Aira es que a partir de una ocurrencia consigue
desarrollar una historia con ingenio y humor, dos cosas que no abundan en
literatura y tampoco en muchos otros aspectos de la vida. Que nadie espere una
obra trascendente que desate las pasiones humanas sino un artefacto literario
poco convencional, breve y ciclotímico. Una obra que solo puede atraer a los
que entienden la literatura como una herramienta apropiada para manipular la
realidad, con sus estiramientos y deformaciones, sin importar que al final todo sea
una broma, quizá una broma infinita como aquella voluminosa obra de Foster
Wallace.
La historia comienza con una cena de sábado entre dos amigos y la madre de uno de ellos. Tras la velada, anodina y extravagante, uno de ellos regresa con su madre a la casa de esta, se sienta en el sofá y decide languidecer frente a la pantalla del televisor. Un programa que retransmite en directo los acontecimientos de la noche desvela repentinamente un ataque de zombies a su propia ciudad. Los muertos vivientes, recién levantados de sus tumbas acuden a la población con la intención de destapar tapas de cráneos y sorber endorfinas, esa sustancia asociada al bienestar mental y a los tratamientos psiquiátricos que en La cena amplifica su importancia al atraer a los muertos como la miel a las moscas. Parece que el apocalipsis se ha desatado.
La historia comienza con una cena de sábado entre dos amigos y la madre de uno de ellos. Tras la velada, anodina y extravagante, uno de ellos regresa con su madre a la casa de esta, se sienta en el sofá y decide languidecer frente a la pantalla del televisor. Un programa que retransmite en directo los acontecimientos de la noche desvela repentinamente un ataque de zombies a su propia ciudad. Los muertos vivientes, recién levantados de sus tumbas acuden a la población con la intención de destapar tapas de cráneos y sorber endorfinas, esa sustancia asociada al bienestar mental y a los tratamientos psiquiátricos que en La cena amplifica su importancia al atraer a los muertos como la miel a las moscas. Parece que el apocalipsis se ha desatado.
La
cena se acerca más a la idea de relato que a la de novela corta, pero no parece
apropiado buscar una etiqueta. Al lector le interesará que la obra
es breve, se lee en media tarde, tiene ritmo, aunque no sea trepidante, y
permite generar escenas grotescas repletas de humor. Una especie de chifladura que
cobra sentido al leer la historia completa. Obra poco apta para todos los
públicos, sobre todo para los que quieran guardar sus endorfinas a salvo. Los amantes de lo extraordinario y lo absurdo y los desencantados del
realismo quizá encuentren algo de calor en La cena.
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