Sostiene Pereira es una gran novela
que por su brevedad parece que se desliza entre los dedos y por su calidad se
hace tan exigua como todo aquello que queremos retener durante mucho tiempo.
Una obra sencilla en la que no parece sobrar una palabra. Tabucchi la escribió
en dos meses febriles que desde luego resultaron tan productivos como
envidiables para cualquiera que quiera ejercer el oficio de escritor. Nos legó un
personaje tan mítico como Pereira, a pesar de que solo hayan pasado veinte años
desde que publicara la obra, y también un marco incomparable: Portugal y, ante
todo, la ciudad de Lisboa.
El protagonista es Pereira, un
hombre maduro encargado de la página cultural de un periódico pequeño de
importancia nimia. Un hombre viudo, solitario y anodino. El escenario es una
Lisboa tórrida de agosto en plena dictadura salazarista en 1938 mientras a
poca distancia de allí los españoles nos volamos los sesos y Europa aguarda una
guerra que a base de destrucción lo cambió todo. El argumento gira en torno a
un joven que Pereira contrata para que haga una suerte de necrológicas de
autores en su periódico. Un chico que parece algo ingenuo y un poco enamorado,
pero que estará envuelto en un movimiento político poco adecuado para los
tiempos que corren en su país. Pereira, paulatinamente, sin salir de esa cotidianidad
a la que ayuda la canícula, se involucrará en la vida de ese joven y lo ayudará
sin saber que transita un camino insospechado e incierto que le conducirá,
incluso a una edad madura, a la incertidumbre del cambio.
La repetición de la forma
“Sostiene Pereira” que emplea el narrador para contar la historia se convierte
en un bien necesario e inolvidable. Como si un tercero releyera la declaración
de Pereira para incidir en cada uno de los detalles de la historia. A veces
parece el texto leído por un policía o un abogado, pero es el narrador el que,
con detalle, cuenta todo lo que sucedió. La historia discurre como esa calurosa
Lisboa, pero la tensión crece y los interrogantes se suceden a medida que la
vida del joven se complica y Pereira toma partido en el devenir de los acontecimientos. El lector
puede disfrutar de ese cambio en el plano individual, con sus aristas y
matices, todo con un lenguaje sencillo y diálogos interesantes. Las escenas
con el doctor, sobre todo la de la del balneario al que acude Pereira para
cuidar su salud, poseen un punto brillante, por sí mismas y de cara al conjunto
de la historia.
Otro punto definitivo para que la
obra sea irresistible reside en el escenario. El verano en Lisboa, la vuelta en
tren desde Coimbra, el río Tajo contemplado desde un banco, la costa atlántica en
verano. En algunos momentos uno también quiere tomarse una tortilla a las finas
hierbas en el café Orquídea. Una limonada, pero sin azúcar, para cuidar un poco
el peso ¿Por qué no existe un café Orquídea? Todos deberíamos poder tener la
oportunidad de poder tomarnos esa tortilla en el café Orquídea y quizá, un día
de buen humor, una copa de oporto.
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