Las batallas de Pynchon son aquellas que se libran
entre los admiradores del enigmático autor, considerado uno de los grandes de
la literatura norteamericana del siglo XX, y los que creen que es puro
artificio ininteligible. Un duro conflicto que parece encuadrarse en la eterna
lucha entre realistas y vanguardistas, que muchas veces tiende, como acabo de
hacer, a poner etiquetas inútiles. Pero como es humanamente imposible obviar el
etiquetado, no queda otra que hacer lo propio con Pynchon y confirmar que es
vanguardista. Su narración, por decirlo de alguna manera, choca con algunos
lectores acostumbrados a estructuras de novela más comunes.
Otros lo integran dentro de ese grupo de escritores que han aportado algo
tangible a la literatura moderna. De cualquier manera, leer algo de él supone un
interrogante. Sin embargo, La subasta del lote 49 no parece ser la mejor
obra para salir de dudas, puesto que es la novela más convencional del autor
—según la propia crítica— y también la más breve. De todos modos, es una obra bastante peculiar.
La subasta
del lote 49 no resulta compleja por la narración, que es lineal. Supongo
que lo que altera más al lector es la propia historia, plagada de personajes grotescos,
que además toma un rumbo que puede acabar siendo desbordante. El libro parece más
bien una bacanal, un viaje de ácido, divertido en ocasiones y mareante en
otras. El argumento comienza cuando Edipa Maas, personaje central y heroína
lisérgica de esta historia, recibe el encargo de gestionar la herencia de un olvidado
amante muy rico que, no se sabe muy por qué, ha decidido que ella asuma semejante
responsabilidad. No tiene ni idea de asuntos legales, pero viajará a San
Narciso —lugar donde el muerto construyó un pequeño imperio— para intentar
asumir su papel. Mientras intenta calibrar lo que ha de hacer se verá envuelta
en un universo de personajes masculinos inclasificables y también, de modo
trompicado e inverosímil, descubrirá una conspiración en el sistema de correos
que ha durado durante siglos y que se originó en Europa —parece que el iniciador
fue un español—. Semejante argumento se emparenta directamente con el delirio. Hay
una trama, cierta intriga, diálogos, escenas y multitud de personajes, pero todo
está envuelto en una psicodelia que avanza hacia un final abierto que puede antojarse
decepcionante.
Mi opinión sobre la obra se queda en una zona
templada Ni me ha entusiasmado ni me creo
que sea puro humo. El comienzo es sugerente y divertido y algunas de las
escenas principales, como aquella que se desarrolla en el motel donde la protagonista conoce al
abogado con el que debe colaborar, son hilarantes. Hay un bote de laca que sale
volando, rompe el espejo del baño, entran en la habitación los miembros de un grupo de música
poco ortodoxo y mientras sucede esto en el televisor hay una
película de guerra en la que el protagonista es el propio abogado. Otras pueden
resultar incomprensibles. Se puede acabar sin problemas la obra y seguir los
acontecimientos, pero tampoco creo que atesore la calidad que se supone a uno
de los escritores norteamericanos de referencia. La recomendaría al lector que
sienta curiosidad por Pynchon, pero no al acostumbrado a historias lineales
poco dadas al consumo de LSD y las extrañas conspiraciones de correo sin final
concreto.
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