Céline es un
escritor controvertido porque durante la Segunda Guerra Mundial se destapó como
un férreo antisemita y su postura frente a la ocupación alemana fue, por
decirlo de una manera aterciopelada, bastante laxa. Figura polémica incluso en
el presente, cuando los homenajes programados para el año 2011 fueron
cancelados por la oposición de aquellos que solo recuerdan al autor por ese deleznable pasado. Sin embargo, a pesar de sus decisiones equivocadas
—acabo encarcelado por colaboracionista—, se le considera uno de los grandes
autores franceses del siglo XX y Viaje al fin de la noche un hito en las letras francesas porque
supuso una ruptura con respecto a todo lo que se venía escribiendo. Por
tanto, obviar la figura de este escritor es imposible y borrarla de la faz de
la tierra porque se comportara como un estúpido sería algo absurdo y peligroso.
Tan peligroso como sería borrar los poemas de Ezra Pound porque en un momento
de su vida le dio por adorar a Mussolini.
Viaje al fin de la noche está narrada en
primera persona por el locuaz, pesimista, irónico, perezoso y, en general, poco
hábil para el existencia humana, Ferdinand Bardamu. El tono y el lenguaje empleado
por el protagonista es enteramente coloquial, como si contará sus andanzas a un
amigo cercano en una conversación distendida. No se escatiman palabras
malsonantes y escenas groseras casi siempre tendentes a reflejar los instintos
más bajos del ser humano como su obstinación por el sexo o por el vil metal. La
novela se presenta como un recorrido por diferentes lugares transitados por un
protagonista que no acaba de adaptarse a ningún sitio y para el que casi
siempre las circunstancias son adversas. De una Primera Guerra Mundial de la
que huye despavorido luego ha de hacerse pasar por medio loco para que no lo
fusilen por cobarde y finalmente huye a las colonias africanas donde casi muere
de malaria. Pasa por Estados Unidos donde llegar a trabajar en una fábrica de
automóviles en Detroit y luego en Francia donde lo que más llama la atención es
que tras concluir sus estudios de medicina ejerce de médico en las afueras de
París con más disgustos que otra cosa. Luego Toulouse y regreso de nuevo a
París para trabajar en un manicomio. El mosaico de personajes en este viaje es
variado, pero solo permanece el recurrente Robinson que de modo sorpresivo
siempre aparece en la vida del protagonista.
La novela recuerda
mucho a alguna de tipo picaresco como por ejemplo El Buscón de Quevedo —salvando todas las distancias posibles—. No
me refiero a la forma sino sobre todo a esa tendencia barroca a deformar la
realidad que muchas veces se aprecia en Céline. Los cuartos son oscuros y
húmedos, hieden a humanidad mal cuajada y sus habitantes son abortos que solo
intentan sacar los cuartos. Esta última frase encaja perfectamente en Viaje al fin de la noche. Bardamu no es
un pícaro porque solo busca superviviencia, pero sí que pertenece a ese grupo
de personajes de moral dudosa cuya mayor honestidad es reconocer sus propias
carencias.
Mi impresión
es que es una obra apreciable, pero que resultante muy redundante en el tono
sobre todo porque es extensa y las andanzas del protagonista, aunque difieran
en lugares y personajes, siempre se caracterizan por esa visión burlesca, amargada
y tendente a la deformación. La obra carece de capítulos, está escrita de un
tirón como si la locuacidad incontenible de Bardamu se hubiera convertido en texto.
Una novela que convence o cansa en las primeras hojas. No hay trama, solo un
viaje de un personaje desde sus años jóvenes hasta una madurez mal llevada que
bien podría haber durado cien o doscientas páginas más. Una cosa queda clara
para los que llegamos al final y es que será difícil olvidar a Ferdinand
Bardamu.
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