La literatura, por mucho que nos apasione
negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada
contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta
indiferencia.
Esta cita de
Enrique Vila-Matas rescatada del libro Bartleby
y compañía me parece apropiada para Un
puente sobre el Drina. Una novela escrita en 1945 con una estructura
convencional y una forma que en ocasiones se antoja algo anticuada, pero que resulta
relevante por el testimonio que aporta acerca de la tensa y violenta
convivencia entre pueblos en la controvertida región de los Balcanes. En
concreto, la novela narra el devenir del pueblo bosnio de Vichegrado desde la
construcción del puente a finales del siglo XVI hasta el comienzo de la Primera
Guerra Mundial. Un puente construido por los otomanos en una zona que con el
paso del tiempo pasaría a formar parte del imperio austro-húngaro. Una
transición desde el mundo musulmán hasta el cristiano en una localidad en la
que conviven todas las religiones posibles con las implicaciones que conlleva.
Con el puente
como eje se construyen multitud de historias y anécdotas de turcos, serbios,
judíos, austriacos o cualquiera que pisa esas convulsas tierras. No hay trama,
sino una sucesión de escenas muchas de ellas de corte costumbrista. Una bella
mujer obligada a casarse por conveniencia con un desconocido, el encargado de
cazar a los saboteadores de la construcción del puente, un borracho de pueblo
que camina sobre el parapeto helado del puente, la dueña judía de un hotel que
ve como se pasa del esplendor y la riqueza a los obuses. Historias que cambian
según el tiempo y el imperio dominante, algunas magníficas, otras algo menos
vivas, para formar un heterogéneo conjunto en el que el lector siempre tiene la
sensación de transitar un lugar fronterizo. Andric consigue mostrar ese
abigarrado mosaico de culturas y la sensación de que el paso del tiempo, con el
desarrollo y los cambios inevitables, se desvanece el pasado como si fuera humo.
Las partes más interesantes de la novela son la primera, con la construcción
del puente, y la última con la llegada de la guerra porque ciertamente la parte
central baja el nivel en ocasiones.
De las
historias remarcaría una de ellas justo al final del libro. Un serbio, un
hombre que ha vivido siempre de acuerdo a la honradez. Ha hecho todo lo que se
suponía que debía hacer: trabajar duro, respetar a los demás, ser un hombre
devoto. Ha logrado cierto éxito en la comunidad. Un día reflexiona sobre todo
ello en una cabaña custodiada por dos soldados que vigilan que no salga de ella
porque este hombre, un notable de Vichegrado, ha sido tomado como rehén y actúa
de escudo humano para disuadir a sus compatriotas serbios de que no bombardeen la
zona. En cualquier momento puede saltar por los aires. Toda su vida vivida de
acuerdo a la ley para acabar humillado y castigado.
El valor de Un puente sobre el Drina como testimonio
es innegable y resulta interesante para cualquiera que quiera ampliar su
conocimiento sobre los Balcanes. No es una novela que explique la historia de
aquella región —para comprender este avispero es mejor recurrir a documentos
históricos—, pero sí que contribuye a trazar los rasgos de la peliaguda
convivencia. Literariamente es la obra cumbre de Ivo Andric, que ganó el Nobel
en 1961, pero en mi opinión ha perdido algo de color con el paso del tiempo.
Hay algunas partes brillantes pero también escenas que son como circunloquios
de duración aleatoria. Prima la parte humana de aquellos que quieren vivir, que
se rebelan, que asienten y que cambian de manos y de dueños aunque el puente
construido con indeleble piedra blanca permanezca siempre sobre el río.
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