Un oportuno
apagón sorprende a un grupo de jóvenes disfrutando de la noche de sábado en un
local propio. Las pasiones se desatan y semanas después deciden reservar un
espacio de ese local para crear un cuarto insonorizado y completamente a
oscuras en el que entrar cuando se desee. Desde ese punto la historia avanza
hasta un presente que bien semeja a nuestro tiempo actual. De los primeros momentos de descarga sexual
se pasa a la búsqueda de un lugar para el desahogo e incluso el aislamiento.
Los jóvenes se van transformando en adultos y las vidas se erosionan pero la
habitación oscura sigue ahí. Unos continúan fieles, otros desaparecen y nuevos
acontecimientos surgen para alimentar una trama con internet y sus
implicaciones de fondo.
La novela
parte de un planteamiento interesante. Una habitación oscura, un lugar a modo
de polo de atracción envuelto en suspense en el que entran y salen personas con
historias particulares que se van desgranando. Un buen punto de partida para desarrollar
una trama sostenida y también, como es la intención del autor, para introducir
reflexiones sobre el mundo contemporáneo con especial hincapié en la cuestión
social. Sin embargo, la sensación tras concluir la lectura es la de una novela
repetitiva y fría que se construye mediante la acumulación de microhistorias
con temas en ocasiones manidos. La capacidad de reflexión se ve reducida, la
sorpresa se limita débilmente a la trama y el texto, pretendidamente demoledor,
carece del impulso necesario para tal fin.
El primer
problema reside en que la novela tarda en arrancar. La necesidad de explicar
esa habitación tan peculiar en un relato realista y su recalcada importancia en
la vida de los personajes propicia que la primera parte sea estática y redundante.
No ayudan las interminables listas con las que nos castiga el autor y que son al
comienzo, tan abundantes como superfluas. El narrador tiene dinamismo porque se
puede centrar en el colectivo a modo de primera persona del plural o en
cualquier personaje, organiza los relatos y dirige la historia, pero resulta
monocorde y demasiado explicativo. Los personajes se diluyen en su voz y la
sensación final es que todos ellos son uno, independientemente de su nombre o
sexo. Probablemente sea algo intencionado pero el automatismo les resta viveza.
Las numerosas historias de carácter social son fundamentales en este libro, más
que la propia trama. Sin embargo, parece como si Isaac Rosa hubiera tomado
artículos periodísticos de estos años de crisis y sus propias columnas de
opinión para insertarlos al abrigo de la actualidad.
La crítica ha
encumbrado a esta novela con lo que mi sensación no se corresponde con la de
otros muchos. No niego que haya algunas buenas ideas y que la frialdad del
relato sea algo probablemente buscado, pero en mi opinión ni la crítica social
aporta nada nuevo a lo que ya se lee o leyó en la prensa ni la trama es
suficiente. Demasiados lugares comunes.
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