martes, 6 de mayo de 2014

Una pesadilla con aire acondicionado, Henry Miller







Henry Miller escribió Una pesadilla con aire acondicionado durante un viaje por el interior de Estados Unidos, de Nueva York a California, en los años 1941 y 1942. La obra, publicada en 1945, corresponde a un abigarrado conjunto de reflexiones, recuerdos, encuentros o anécdotas, más o menos relacionadas con el viaje que emprende y tan aleatorias como los personajes que te encuentras en un largo camino. El viaje es un hilo conductor, un pie y una excusa para plasmar en párrafos pensamientos e inquietudes, algunos todavía vigentes setenta años después.

En la obra se cuenta la historia de personajes como “Coin” Harvey, que tuvo la ocurrencia y el empeño de construir una pirámide en Arkansas o el cirujano-pintor de Nueva Orleans Marion Souchon, con su tardía pero productiva inmersión en la pintura. No faltan diálogos enriquecedores con personajes que Miller encuentra en su viaje, como es el caso del tipo con el que mantiene una conversación en una cafetería junto al Gran Cañón o un mecánico que le arregla el coche en Albuquerque. Hay lugar para pintores conocidos como el acuarelista John Marin o Hilaire Hiler, cuyo mural en el parque acuático de San Francisco fascinó a Miller. También son frecuentes  reminiscencias de su estancia en Europa, sobre todo de Francia, que le conducen a las calles de la pequeña ciudad de Sarlat o recurrentemente a las de París. En su paseo a través de América los pueblos son desconocidos y los terrenos van desde los humedales de Luisiana hasta el recóndito Nuevo México. Sin embargo, sobre este conglomerado destacan los párrafos en los que Miller censura al modo de vida americano, arraigado ya en la época en que escribió la obra, perfectamente expresado en el primer tercio del libro. Un modo de vida traducido en desigualdad, pobreza, una naturaleza destruida, una individualidad violada, un patentado sucedáneo de felicidad. Miller es extremo en sus pareceres, no hay grises ni matices, habla de lo sublime o de lo abominable, sin lugares intermedios. Sus continuos reproches son en muchos casos sencillamente brillantes:

 “La auténtica droga te da la libertad de soñar tus propios sueños; la droga americana te obliga a tragarte los sueños corrompidos de hombres cuya única ambición es conservar sus empleos independientemente de lo que les ordenen hacer”.

“Ha de admitirse de paso, naturalmente, que el trabajador medio que ha actuado desde la adolescencia como un robot está a esa edad maduro para el desguace. Y lo que se aplica para el robot corriente es mucho más cierto para el robot jefe, el así llamado rey de los negocios. Solo su fortuna les permite seguir alimentando y manteniendo la débil y vacilante llama. Puesto que la auténtica vitalidad desaparece, más allá de los cuarenta y cinco somos una nación en ruinas”.

Una pesadilla con aire acondicionado es un libro desordenado, escrito a salto de mata, pero con un lenguaje elaborado. En muchas ocasiones se presenta una anécdota y tras unas breves líneas comienza un circunloquio de varias hojas sobre un tema aparentemente relacionado que finalmente no tiene nada que ver con la anécdota inicial y de repente vuelves al punto de partida. En ocasiones el lenguaje se vuelve complejo, las ideas abstractas, el lirismo se dispara y el lector se impregna del desorden o emprende un llamativo viaje como el del episodio “Carta a Lafayette” junto a Dudley, de Kenosha, y el mismísimo Dalí. A veces la lectura es una espera a la caza de alguna joya, de un latigazo.

El título del libro cobra sentido a medida que se avanza en la lectura: un mundo civilizado que avanza irracional y despiadado hacia un agujero vacío y cómodo se ajusta perfectamente a una pesadilla con aire acondicionado, como la que muchos individuos todavía sufren décadas después de que Miller recorriera América. En definitiva, un libro interesante que deja un buen regusto aunque en ocasiones la lectura sea como colgar de un alambre.

“El músico tiene un instrumento para tocar, el cirujano tiene sus bisturís, el arquitecto sus planos, el general sus peones, el idiota su idiotez, pero el que sufre tiene todo lo que hay en el universo menos el alivio. Puede huir a la periferia un trillón de veces, pero el círculo no se vuelve recto. Conoce cada diámetro, pero no hay ninguna escapatoria. Todas las salidas están cerradas, ya estén a una pulgada de distancia o un a un billón de años luz”.












2 comentarios:

  1. Excelente análisis. Estoy releyendo el libro y disfruto, como siempre con Miller, esa forma de pasar de la anécdota al soliloquio en el que dispara verdades, especialmente respecto al estilo de vida americano que el resto del mundo se empeña en emular.
    Me gustaría preguntarte, sabes algo de ese libro "carta a Lafayette"? Se editó!? Se puede encontrar en algún lado?

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    1. Gracias por el comentario. A mí también me gusta esa manera que tiene de criticar el estilo de vida norteamericano. En cuanto a tu pregunta, no creo que "Carta a Lafayette" se publicara. Parece una corriente de conciencia de Dudley, un artefacto libre e infinito escrito a latigazos, una especie de viaje improvisado sin destino fijado que no se habrá plasmado en papel más allá de la referencia de Miller.

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