Babbitt es un tipo que confía a pies juntillas en un
guion que le ha permitido alcanzar un estatus económico y social al alcance de
muy pocos. Según su propia opinión es un íntegro hombre de negocios, un
emprendedor que contribuye con su visión en el negocio inmobiliario no solo a
su merecido enriquecimiento sino a la razonable expansión de Zenith, ciudad
ficticia en la que se desarrolla la obra.
Un cuarentón que se reconforta en el bienestar logrado a lo largo de su
vida, miembro de clubes respetados que le permiten mantener influyentes
amistades, fiel a su esposa y preocupado por sus hijos. A lo largo de la novela
es el propio Babbitt el que mediante sus acciones y pensamientos nos muestra
sus ideales y valores. De este modo el lector va descubriendo desde las
primeras páginas del libro al verdadero protagonista de la historia: un
individuo simple, irreflexivo, adulador, perezoso, de voluntad nula, tendente a
la idiotez más hilarante y de una catadura moral dudosa, sobre todo en lo que
respecta a los negocios.
Solo tras el encarcelamiento de su mejor amigo, el
soñador y confuso Paul Riesling, y tras un periodo sembrado de dudas, Babbitt
se transforma en un mujeriego amigo del alcohol que simpatiza con ideas
izquierdosas. Sin embargo, este nuevo Babbitt no surge de la rebeldía sino del
profundo aburrimiento de una vida que no le satisface. A pesar de toda la
abundancia acumulada a lo largo de su vida, el tedio le corroe. Cambia de
discurso como quien cambia de ropa, e inflama con sus opiniones a su círculo
más próximo, pero lo hace del mismo modo irracional con el que defendía las
ideas contrarias. Sigue siendo el mismo tonto solemne que por oponerse a su rutinaria
vida adopta una pose que está a punto de dar al traste con todo lo conseguido
hasta ese instante.
Sinclair Lewis, primer novelista estadounidense en recibir el premio Nobel de literatura en el año 1930, realiza en esta novela una acerada crítica a la clase alta de los Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial. El autor ataca la hipocresía de un estrato social que en pos del beneficio colectivo solamente busca el suyo propio y que en su ambición voraz persigue un empacho constante. Lo hace de un modo irónico y muy efectivo a través de la figura de su protagonista. El argumento, casi un siglo después de la publicación de la obra, sigue vigente y resulta familiar, lo que inevitablemente contribuye a atraer la atención del lector. Un reparo achacable a la novela es la brusquedad del cambio que sufre Babbitt y que le lleva a convertirse en lo opuesto a lo que representa al comienzo de la historia. Ciertamente resulta poco creíble, pero este inconveniente no es suficiente para perder el interés por la obra. La novela se lee sin dificultad, con pocos altibajos en un ritmo constante y excelentes diálogos. El narrador se centra en la figura del protagonista, vemos a través de sus ojos y nos trasnsmite sus pensamientos o inquietudes, lo que favorece las situaciones jocosas. Precisamiente lo mejor de la obra es el humor que destila y el sarcasmo continuo que sirve de herramienta para una crítica tan feroz como necesaria. Hay escenas desternillantes que a la vez invitan a la reflexión, lo que no es fácil de encontrar en un libro.
Seguro que el lector en algún momento detendrá la lectura para caer en la cuenta de algún Babbitt de su vida. Un personaje embebido en sí mismo, engreído hasta lo ridículo. Puede que niegue con la cabeza en claro gesto de reprobación. O por el contrario quizá se refugie en el sueño para buscar a un hada que lo acoja en su regazo y huir así de una realidad soporífera tal y como hace el propio Babbitt.
Sinclair Lewis, primer novelista estadounidense en recibir el premio Nobel de literatura en el año 1930, realiza en esta novela una acerada crítica a la clase alta de los Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial. El autor ataca la hipocresía de un estrato social que en pos del beneficio colectivo solamente busca el suyo propio y que en su ambición voraz persigue un empacho constante. Lo hace de un modo irónico y muy efectivo a través de la figura de su protagonista. El argumento, casi un siglo después de la publicación de la obra, sigue vigente y resulta familiar, lo que inevitablemente contribuye a atraer la atención del lector. Un reparo achacable a la novela es la brusquedad del cambio que sufre Babbitt y que le lleva a convertirse en lo opuesto a lo que representa al comienzo de la historia. Ciertamente resulta poco creíble, pero este inconveniente no es suficiente para perder el interés por la obra. La novela se lee sin dificultad, con pocos altibajos en un ritmo constante y excelentes diálogos. El narrador se centra en la figura del protagonista, vemos a través de sus ojos y nos trasnsmite sus pensamientos o inquietudes, lo que favorece las situaciones jocosas. Precisamiente lo mejor de la obra es el humor que destila y el sarcasmo continuo que sirve de herramienta para una crítica tan feroz como necesaria. Hay escenas desternillantes que a la vez invitan a la reflexión, lo que no es fácil de encontrar en un libro.
Seguro que el lector en algún momento detendrá la lectura para caer en la cuenta de algún Babbitt de su vida. Un personaje embebido en sí mismo, engreído hasta lo ridículo. Puede que niegue con la cabeza en claro gesto de reprobación. O por el contrario quizá se refugie en el sueño para buscar a un hada que lo acoja en su regazo y huir así de una realidad soporífera tal y como hace el propio Babbitt.
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