Poco puedo escribir sobre Lolita que no se haya dicho ya, pero
como siempre intento comentar el libro de turno no desistiré de aportar algo,
aunque manido, de la obra de Nabokov. De inició diré que Lolita debe ser de lectura obligada para aquellos que deseen visitar todos los rincones literarios porque su autor es un tren obligado y esta
obra, sin lugar a dudas, su parada más reconocida. Aconsejo también leer algo de
la vida de este ruso emigrado joven a Estados Unidos que se educó en tres
lenguas —francés, ruso e inglés— y que con empeño y trabajo transformó lo que
en era un relato en una novela de tema controvertido y forma arriesgada.
¿Quién no conoce Lolita? Tal fue su impacto que nos ha
legado un término en el diccionario: adolescente seductora y provocativa. Está
claro que cuando una obra traspasa de este modo la barrera de la ficción y se
fija en la tan anodina como desesperanzadora realidad no se puede negar su
trascendencia. El argumento es de sobra conocido y la trama nada intrincada. Humbert,
un hombre maduro, que siempre ha tenido una atracción por lo que denomina
nínfulas —niñas cercanas a la
adolescencia— se enamora de la hija de
la dueña de la casa que visita casualmente. Tal es la pulsión interna que sufre
que alquila una habitación en esa misma casa sin otra ocupación que la
observación y el deleite. Entabla una relación con la dueña que acaba en
matrimonio y tras la muerte de esta se fuga con Lolita. Entre ambos se
establece una relación consentida y enfermiza que como no es de otra manera
erosiona al hombre. Viajan por el país, se establecen en una pequeña ciudad,
vuelven a la carretera y al final… Obviamente el final no es muy dulce. Sin embargo, más allá de la historia y de la polémica
por mostrar la relación entre una niña, por muy cercana a la adolescencia que
esté, y un hombre maduro, la verdadera complejidad reside en la estructura y la
forma.
Toda la obra corresponde al
testimonio escrito del protagonista desde la cárcel. Nabokov sabe jugar muy
bien con el testimonio, su introducción, la información que aporta y la que
omite. La narración en primera persona en retrospectiva esta trufada de
digresiones e impresiones marcadas por la pasión vivida y por esa tendencia
amorosa impropia y conflictiva. La obra
comienza con un realismo digerible pero evoluciona a una mayor confusión a
medida que la mente del personaje se enreda. Nabokov despliega un lenguaje
propio y complejo — atención a la traducción—que incide en el circunloquio,
sobre todo en el último tercio de la novela donde el repertorio formal es
variado e incluye algún poema. Ciertamente se produce un acercamiento al caos
interno de Humbert que desasosiega al lector hasta un final en que Lolita se
desvanece y la locura embarga definitivamente al protagonista.
Cabe mencionar que aunque es una
novela de enorme carga sensual no resulta explícita en las escenas. También
apuntar, a título personal, que el primer párrafo del testimonio de Humbert es
uno de los mejores que se han escrito.
“Lolita, luz de mi
vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la
lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para
apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-Li-Ta. Era Lo,
sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies
descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando
firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.”
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